viernes, 3 de octubre de 2008

Un día en Calmar - Juan Pomponio


El río Magdalena arrastra su caudal de antiguas leyendas, forjando pueblos en sus orillas. Avanza, exhala su fragancia de aguas indómitas donde los niños juegan y se refrescan apaciguando el calor. 
La tarde trae un leve rumor de pájaros mientras los leños acarician una olla renegrida.  La brisa del río nos alcanza el aroma de la tierra mojada por un leve aguacero. Se levantan las bestias invisibles de la floresta. Un ángel recorre el cielo. 
Calamar es un pueblo detenido en el tiempo. Palpita su vida recostado sobre las orillas del legendario Magdalena, aquél que inmortalizara Gabriel García Márquez en sus novelas. Por un instante veo un buque transportando el amor de Florentino y Fermina, navegando la eternidad desde la profundidad de los tiempos. 
Siento y comprendo la esencia del realismo mágico, las casonas antiguas, erguidas por inmigrantes que llegaban con buques a vapor. Veo las esquinas llenas de colores donde la gente vende sus mercancías. Un hombre portando un bulto de cebollines sobre su espalda viene caminando, el sol atraviesa la calle, deja un sello candente. 
Las morenas contornean sus curvas sensuales, sonríen llenas de luz, un abuelo sentado en la puerta de la casa rasca su cabeza, las puertas abiertas demuestran la tranquilidad de sus moradores, algunos hombres juegan dominó al compás de un vallenato. Varias botellas de cerveza brillan doradas, mezcladas entre las fichas del juego. 
Mi alma camina las calles de Calamar, un pueblo de río, cubierto de historias fantásticas, un anciano de mirada clara recita a Vargas Vila. Jairo y su guitarra emulan a los hermanos Visconti, trovadores de la tierra en donde nací. Todo es posible cuando caminamos la vida visitando lugares que parecen creados por la tinta de algún otro que yo no fui.

1 comentario:

Nanim Rekacz dijo...

Todo es posible cuando se viaja con espíritu de poeta.