Déjenme que les cuente la historia más hermosa que conozco.
A un hombre le regalaron un perro al que quería mucho.
El perro iba con él a todas partes,
pero el hombre no pudo enseñarle a hacer nada útil.
El perro no recogía cosas ni rastreaba,
no corría, ni prtegía, ni montaba guardia.
Se sentaba a su lado y lo miraba,
siempre con la misma expresión inescrutable.
«Eso no es un perro, es un lobo», dijo la esposa del hombre.
«Sólo me es fiel a mí », respondió él,
y su esposa nunca volvió a discutir con él.
Un día el hombre se llevó al perro con él en su avión
privado
y mientras volaban sobre cumbres nevadas
los motores fallaron
y el avión se hizo pedazos entre los árboles.
El hombre yacía sangrante
con el vientre abierto por esquirlas de metal;
el vapor brotaba de su cuerpo en el aire frio,
pero lo único en lo que podía pensar era en su perro fiel.
¿Estaba vivo? ¿Estaba herido?
Imaginen su alivio cuando el perro apareció chapoteando
y lo observó con la mirada fija de siempre.
Al cabo de una hora, el perro olisqueó el abdomen abierto
del hombre
Y luego empezó a sacarle los intestinos y el bazo y el
hígado
y a comérselos
sin dejar de estudiar la cara del hombre.
«Gracias a Dios», dijo el hombre.
«Al menos uno de nosotros no morirá de hambre».
De Los susurros divinos de Hang Qing-jao
Hijos de la mente - capítulo 3
Acerca del autor: Orson Scott Card
2 comentarios:
Tremendo...
"Por sus garras se conoce al león".
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