—¡Fesor!
¿Usted por acá? Lo creía muerto, sinceramente. No sé qué puede
estar haciendo en un baño público.
—Y yo
tampoco sabría, Feta, qué hace usted en una sala de grabación de
música clásica, ¡qué quiere que le diga!
—¡Dígame
hola, Feta!
—Como
sea. Feta: ¿Usted está haciendo acá lo mismo que yo?
—Defina
acá, por favor, Fesor. Yo diría que está en un baño y yo en una
sala de grabación, por lo tanto no compartimos el acá. ¿O me
equivoco?
—¡Usted
nunca entendió el evento horizonte! ¿Verdad? La realidad no la
define el espaciotiempo, Feta. ¿Cuántos cursos de Relatividad tomó?
—Dos
cada ocho horas, como las pastillas del antígeno del vómito. ¿Estoy
muy mal, Fesor?
—Nada.
Se dopa con Relatividad y sigue bostezando sandeces.
—¿No le
dije que estaba muerto? Para mí usted se murió, no sé cómo ni
cuándo y mucho menos dónde.
—Nunca
fue bueno con las matemáticas, Feta, nunca. Ni cuando nació y menos
ahora.
—Somos
nonatos, Fesor. Me enteré mirando mi partida de nacimiento.
—¿Ve
que nació y me dice ser nonato? Feta ¿Por quién me toma?
—Es que
no la encuentro. Sin partida no hay nacimiento. Lógica simple. Dura
y pura.
—Mire,
no me interrumpa más que voy a buscar a quien robó mis cuentos.
—¿Le
robaron la autobiografía?
—En
realidad, se la robaron a mi editor. Todo porque no quería el
formato que yo había elegido. Ahora me quedé sin la sartén y sin
el mango.
—Se dice
ni pan ni torta, Fesor.
—Sin ton
ni son.
—Son
goró cosongo. ¡Chévere!
—¿Qué
le robaron?
—Todo el
libro. ¿Quiere saber cómo fue? El editor me contó todo con lujo de
detalles, pero me cobró bastante por el lujo así que elegí el lujo
barato. Vidrio coloreado, vodka de segunda. Ya sabe: mediopelo.
—¡Si lo
sabré! Me toca dos veces por semana ir a la peluquería: medio pelo
izquierdo y medio derecho. Menos mal que tengo dos pelos.
—Me
refiero, Fesor, a que el Andaluz Gualarra le comentó al Paquirrín
segoviano quien planeó junto al mozo de cordel Undiolaberrigagoytía
el ataque que consistiría en que el jugador de vólibol con un casco
de púas de platino iridio, le pegaría un mamporro de padre y señor
nuestro al vidrio de la tienda del Gadalés donde guardaba yo el
tesoro y digo guardaba porque ahora, con la sustracción difícil que
lo llame tesoro, pues ha quedado drásticamente reducido ¡Malhaya la
yegua baya!
—¡Vamos
Feta! Todos sabemos de su yegua y nadie lo denunció todavía.
Continúe.
—El del
vólibol se hacía llamar Casquete, un aparato: el tipo se aproximó
a la vidriera y le dio con la cabeza. El estruendo fue grande pero el
impacto tan brutal que el del casco se quedó con el cuello
pulverizado y él, postrado como almohadón de chiquero. Se dio
contra la vidriera del Gadalés, que tenía más idea que ninguno de
los efectos secundarios del alcohol.
—¿Y
entonces?
—Bueno,
el Gadalés le recogió la cabeza al Casquete y se la mandó a
Gualarra con una nota: “Mejor suerte la próxima vez”.
—¡Carajos,
qué huevos!
—No
tanto. Nadie tiene buen humor ahí. Así que, a vuelta de correo
recibió sus propios testículos envueltos en papel de estraza.
—¿Nada
mejor tenían?
—Nada.
El mismo papel que usan para los riñones en la novela de Joyce.
—No hay
nada nuevo bajo el Sol.
—Es lo
que digo yo. No entiendo por qué siempre me roba la línea, Feta.
—Usted
me miente. Nadie vuela sólo porque su Jefe se lo pida.
—Pues
mire si no, por dónde estamos volando. Me dejé el veneno para
caracoles en los rosales. Volvamos, por favor.
—Así
nunca progresaremos a personajes de novela. Ciertamente que no.
Acerca del autor:
Héctor Ranea
Héctor Ranea
2 comentarios:
Gran Mirada al espacio tiempo del par de desubicados con ambiciones de ascenso.
Aunque incitan a dejar de pensar, o es que donde estoy son las cinco A.M. y contiene tal efecto agregado.
Pero como novela requiere tomar otro ritmo y replantear el espacio causal.
Ciertamente, tiene un aire Dadá y Patafísico, por añadidura. Si estos personajes quieren llegar a ser personajes de novela van a tener que irse acostumbrando a tener más lógica pero, al final, ¿es todo una narración coherente y este exabrupto la excepción o es todo al revés?
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