Desde siempre Noir supo que no era igual a los otros niños en el orfanato. Esto no se hizo tan evidente como cuando escuchó en una novela de casualidad la palabra noir e incluso antes de conocer su significado creyó que ninguna otra sonaba mejor en sus oídos. A partir de ahí insistió en que se le llamara de ese modo. ¡No más Pablo, él era Noir! Al principio los mayores quisieron tomarlo por un capricho infantil, fugaz, pero se rindieron al ver que continuaba incluso en la adolescencia. Bueno, qué más se podía esperar de un niño que jamás jugaba con los otros en el parque y observaba el mundo desde una esquina, negando invitaciones. Su único amigo era un chico al que se evitaba cual peste, porque creían que la marca roja en su rostro con la que había nacido era síntoma de una enfermedad contagiosa.
Debido a su naturaleza tímida y constitución débil, al crecer ya poco importaba si enfermaba o no estar cerca suyo, ya que a nadie más que a Noir le interesaba su compañía. En esos tiempos instalar cámaras de seguridad o tener un ojo atento sobre cada cabeza eran imposibles, por lo que si los dos jóvenes decidían salir a la biblioteca de la ciudad y quedarse ahí hasta la mera hora de la cena, o incluso un poco más tarde, estaba bien para los encargados.
Vivían en una ciudad segura, confiable, donde el habitante más viejo era su mayor celebridad y con un par de centavos se podían comprar batidos de chocolate en Bar´s Joe. Incluso tenían sus leyendas para contar a la luz de las llamas en los campamentos anuales, cuando la mina yace silenciosa y parece increíble que hayan debido clausurarla por una serie de sucesos desafortunados, involucrando muertos y desaparecidos. Sólo un superviviente, un hombre tuerto, vio las figuras responsables de todo en el acto de merodear las casas de los mineros. Eran altos, delgados, con cuchillas insaciables en lugar de dedos, y ninguna expresión. Sombras gigantes, letales, horribles, infernales, llevándose a sus compañeros a las entrañas de la tierra. El hombre intentó salvarlo, pero era demasiado tarde. ¡Ahora venían por él! Corrió a la superficie y preparó los explosivos en los puntos exactos. Un gram boom hizo llorar a los bebés en sus cunas. Las criaturas no volvieron a salir y, según se dice, ninguno de los hombres que aún quedaron sufriendo torturas.
La mayoría de los muchachos se fueron a acostar tras que el encargado apagara el fuego. La luna llena vio a dos de ellos escurrirse por una ventana y perderse en la espesura. Uno de ellos agarró a su compañero y dijo:
—Deberíamos volver. No me gusta este sitio.
El otro, con la mancha en su rostro más roja por la emoción, se zafó de su amigo.
—No. Siempre he sabido que no pertenecía aquí, que mi sitio estaba en otra parte. Cuando empezamos a investigar sobre las sombras y que a veces continuaban yendo a la superficie, sabía que significaba algo. Siento que me llaman, como si me susurraran al cuerpo. Debo ir. Vuelve tú si quieres.
Noir insistió a oídos sordos. Sentía que algo irreparable iba a suceder. Al final llegaron a la entrada de la mina y no fue sorpresa hallar una entrada perfectamente redonda más adelante. Noir quiso hacer un último intento de echarse atrás, con iguales resultados. Su amigo parecía sumergido en un éxtasis incomprensible. Sueños de familia, pertenencias y sitios donde sí valorarían sus cualidades iluminaban su rostro, tal como lo hacía en la biblioteca. La linterna le mostró el interior. Un crujido.
Cuando las sombras vinieron, Noir abrió la boca pero no gritó. La fuerza oscura que él intuyó desde el inicio salió de él, respondiendo al llamado al que deseaba evitar, envolviendo su cuerpo. Recordó cada momento feliz de su vida en un flash intenso: la muerte de aquel gato que ahogó en el lago, la mirada del chico que cayó en el pozo y todavía se creía desaparecido, la vez que puso pedazos de vidrio roto en la comida de la enfermera. ¡Qué divertido cuando chillaban, cuando miraban sorprendidos e idiotas, ese olor exquisito de la sangre y carne, la sangre y el aliento, la piel y los huesos descubiertos! Su sabor le llenó la boca desde la nariz. Delicioso. Miedo. Iba a explotar. ¡Iba a estallar de tanta alegría!
Abriendo los ojos, vio sus manos húmedas y un brillo apagado. Agarró la linterna y enfocó lo que quedaba de su amigo, cuya mancha de nacimiento ya no era lo único rojo en su rostro. Las sombras miraban desde las paredes. Una de las más altas salió de una roca y se acercó. Era el que con más ansias lo había estado esperando y, al sentirlo entrar en contacto con su mejilla, suave, delicadamente, Noir supo por qué. Cuando la sombra abrió la boca llena de picos puntiagudos, Noir suspiró mientras su corazón se agrandaba en su pecho, lleno de todo aquello de lo que había oído hablar pero nunca experimentado hasta ahora. Era mucho más horrible y hermoso de lo que pudiera haber imaginado.
—Padre —susurró, antes de aceptar su beso posesivo.
En medio de un mutuo abrazo frenético, el resto de la familia se acercó, dándole la bienvenida.
Acerca de la autora: Candela Robles
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