En las mujeres, por ejemplo, las raíces crecidas del pelo teñido se transforman en metáfora del desarraigo. Ese desarraigo del deseo de ser visto, de ser deseado, del ya fue…
La ropa usada hasta el cansancio es, con seguridad, una alarma encendida…
El gesto atrapado en la costumbre; la costumbre atrapada en la arruga; la arruga que es la gramática de la dejadez; la dejadez que es sinónimo del más cagón de los suicidios, ese suicidio sin gas ni balas, sin muerte al contado pero sí a cuentagotas…
Sólo los ojos permanecen ilesos. Porque los ojos no engordan ni se arrugan. Pero sí se ajan. Se abrillantan como telas demasiado usadas.
La lengua tampoco se arruga y engorda. Pero sí puede convertirse en un trapo viejo. Bandera al viento que hiere al vacío.
La lengua del que está solo es la sed y no el desierto.
Con autorización del autor, extraído de http://palabrar.com.ar/
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