Érase que se era una princesa que un buen día tuvo la feliz idea de ofender a la bruja más malvada de la aldea. La bruja, enojadísima, amenazó con tomar represalias, a lo que la princesa exclamó:
—¿Qué es lo que te propones, bruja maldita? ¿Me harás dormir un sueño eterno? Sabrás del caso de la Bella Durmiente, quien despertó gracias al beso del hombre que habría de ser su prometido. ¿Acaso me envenenarás? Debería recordarte entonces lo que ocurrió con Blancanieves. ¿Me convertirás en una esclava? La misma Cenicienta pudo salir de semejantes aprietos. ¡No hay nada que puedas hacer para evitar mi felicidad!
—Te equivocas, bella princesa —dijo la bruja, y una sonrisa maligna se dibujó en su rostro—. El castigo que tengo en mente es mucho peor que cualquiera de los que has mencionado: ¡pienso convertirte en sapo! ¡De esa manera ningún hombre te besará para devolverte tu verdadera apariencia, pues todos saben que los sapos hechizados no son princesas encantadas sino príncipes que esperan el beso de una dama!
Una semana después, la princesa, desesperada por su horrible aspecto y asqueada de comer moscas y cucarachas, se arrojó a los cascos de un caballo y murió reventada.
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Héctor García
1 comentario:
No le alcanzó la sapiencia ni la erudición. Buen cuento, Héctor.
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