Como nunca antes me había sucedido, cuando llegué a la esquina de avenida Maipú y Acassuso me cayó encima un viejo recuerdo de estar parado esperando de la mano de alguien para cruzar la calle. Era un recuerdo triste y desteñido de esa esquina, de ir sin apuro a alguna parte que yo no quería. De ahí en adelante sentí como una tenaza sobre los hombros hasta que doblé por Roma sin pensarlo y todo se me vino encima: cuando llegamos a Buenos Aires con los viejos vivimos un tiempo en la zona, cerca de la estación Borges, acá en Olivos, y sé que estos recuerdos, en general, no son míos, que los fui incorporando como propios a través de olvidadas conversaciones de familia. Sé que en la esquina de Rosales y Roma vivimos unos cinco años después que llegamos de Rojas por el cincuenta y pico, que más tarde nos mudamos a Belgrano y que me quedó de la casa una imagen húmeda y fresca, y los vestidos largos de mamá frotándome la cara y un frasco de brillantina en el botiquín del baño, y no sé si es de esta época, el olor a naftalina en los muebles de la casa, y el motor de una Vespa que según me dijeron fue del viejo, que ahora también se me destiñe porque lo perdí de manera inesperada un poco antes de entrar al Nacional Avellaneda. Estacioné por Rosales y no hubo de mi parte la más mínima necesidad de reconocimiento del lugar. La casa estaba ahí, sin saber sabía que era esa, el portoncito de madera para trepar, claro, y el verde, y la Santa Rita en la pared haciéndolo todo tan fácil. Antes de tocar el pasador me invadió una Navidad o un cumpleaños lleno de risas y de cosas que no se entienden en lo alto, y un gato barcino que una noche de invierno araña una ventana para entrar en mi pieza, a esa hora llena de fiebre y de ungüentos. Seguramente hay más, pero ya está el sendero de piedras y trébol, igual de de húmedo, igual de fresco, y yo tan cómodo, quién lo dijera, yendo hacía el porch de entrada y la aldaba de bronce que ahora puedo alcanzar y la puerta que se abre y mi madre joven y yo detrás de mamá, que me dio tanto miedo de verme tan alto y tan afligido.
Acerca del autor:
Ricardo Adrián Bargas
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