Emma estaba sentada en el borde exacto entre la juventud y la madurez; tenía los pies colgando hacia quien sabe que y un frío extraño trepaba desde sus plantas;no sabía muy bien cuál era su lugar de pertenencia; muy joven para ser anciana, muy vieja para ser joven, tratando de encontrarse, se buscaba y no sabía donde hallarse, se perdió en el tiempo y llegó a su infancia, en el campo, al ras de la tierra; comiendo tomates recién cosechados, ricos, sucios y habas demasiado grandes para su pequeña mano, donde el frío de las heladas duraba todo el día y ella tenía los zapatos agujereados por donde se filtraba la pobreza pero era feliz, la libertad era su mundo, no había peligros a la vista.
Seguía buscando y se extravió en medio de la mudanza a la ciudad; en la búsqueda del cielo estrellado, el olor a pasto recién cortado y el aroma a tierra mojada que siempre llegaba antes del primer chaparrón.
Siete días llorando por volver fueron demasiado para sus siete años y comenzó el asma y las ganas de correr quedaron en el campo, la ciudad la ahogaba, comenzó a leer y a vivir extrañas aventuras, leía todo lo que caía en sus manos: revistas, historietas, semanarios, poesía, todo y siguió creciendo siempre a contramano, sus enormes ojos azules, y sus trenzas oscuras le daban un aire curioso
Era tiempo de escasos amigos propios y de amigos heredados de su hermano mayor ya era considerada una niña extraña, que prefería jugar al fútbol, y no con muñecas; pero nadie advertía que ellas no existían en su vida.
La biblioteca pública fue su refugio, entrar en ese lugar enorme y con solo cruzar la puerta sentía que el perfume a letras la embriagaba.
Seguía perdida ahora delante suyo hay una niña casi adolescente todavía con trenzas ocupándose de su madre enferma, de la casa, del colegio y sintió el mismo agobio de aquel tiempo; pero sacudió las trenzas que ya no tenía y recordó los pequeños sueños que muchas veces la salvaron; las clases de teatro, las reuniones los sábados por la tarde en el Tiro Federal, el primer beso, bailar, tenía una libertad que no le servía de mucho; era una libertad sin el límite que da el amor, le gustaba pasear por las entonces vías abandonadas que después ocupó el tren verde; pero en ese tiempo era el lugar elegido de los adolescentes tanto o más extraños que ella para sus caminatas, era un sitio de libertad en contacto con la naturaleza; lo más parecido que pudo encontrar al espacio de su infancia.
Emma recogió los pies y el calor volvió como símbolo de vida, estuvo un rato más ahí, en el límite apropiándose de él, y descubrió que su lugar era ese, al que había llegado peleándole a la vida y muchas veces a la muerte, guardó a su extraña niña en un rincón de su alma porque ella le había permitido llegar hasta aquí, conservando ese aire un tanto misterioso en la mirada al parecer perdida, que muchos le criticaban, pero que a ella le sirvió, para ver otros cosmos paralelos con extraños personajes que hacen de su vida un lugar mejor.
Acerca de la autora:
Paula Duncan
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