miércoles, 24 de julio de 2013

La casa de mi padre - Raquel Sequeiro




Tengo poco tiempo para contar la historia de mi vida, como la casa se transformó en un nido de serpientes y quedé a merced de los recuerdos. En realidad la historia acaba bien. Mi padre tenía una casa.Siempre cerrada. Una casa que escondía un secreto que, por mucho que quiera contar, nadie puede creer. No había nada especial en aquella casa excepto una vieja mecedora. Cuentan que la mecedora se movía sola y que la casa estaba llena de fantasmas; lo cierto es que sigue cerrada y yo no tengo la llave aún. Queda poco tiempo para descubrir el secreto. Meto la mano en bolsillo de su pantalón mientras está dormido, bajo ladinamente las escaleras, casi escurriéndome como un vegetal mustio, abro la puerta trasera que da a la cocina y al garaje, me subo en la bicicleta… Hace años, la casa de Sir Mathew Rowins estaba infestada de no sé que seres infernales, llegó un deshollinador, un tipo que desincrusta los cadáveres de otras dimensiones. La ciudad de los García se infectó de lagartos, poco sé yo de la casa, la casa de mis vecinos. Sé que el niño murió hace diez años. Pese a todo, al abrir las ventanas, no puedo evitar que una oleada de repugnancia se apodere de mi cuerpo. Atracamos el banco en el 46; no somos asesinos, aunque la mayoría terminó siendo culpable de demasiados pecados. Los de arriba nos controlan bastante; y está ese niño, ese que se acerca en bicicleta. No creo que le guste que le corten las venas con el trozo de vaso de whisky, intentaré distraer a estos bichos y meterme en otro tinglado yo solo. No puedo materializarme. Abro la puerta, es demasiado fuerte el olor a rancio.Tengo poco tiempo, sin duda, y los de la ciudad esperan que lo deje limpio y puedan dejar la casa abierta. Aquel niño, en 1946, es una leyenda. Dicen que entró por la puerta principal y que lo cosieron a hachazos, con el hermoso juego de colección del bisabuelo: hachas austrohungaras de hierro fundido con unas preciosas empuñaduras. Me despierto. Enciendo la luz de la mesilla, el reloj analógico marca las diez. Es ilógico que no me dejen ver la casa y la mantengan cerrada y que mi padre y yo vivamos en un apartamento diminuto. Cosas que pasan, dicen. Esta noche me ha visitado un tipo raro y me ha dicho que no coja las llaves de papá por la mañana.


Acerca de la autora:  Raquel Sequeiro

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