lunes, 6 de mayo de 2013

Mister Flowflish - Virginia Cortés


Mister Flowflish no era una persona sensata. No era una persona razonable en la forma lineal a la que estamos acostumbrados. Ni siquiera estoy segura de que fuera una persona. Mi madre, por ejemplo, pensaba que era un perrito imaginario ya que no se me permitía uno de carne y hueso.
Lo “encontré” en la puerta de casa una mañana de vacaciones, cuando iba a comprar el pan. Tengo que usar comillas al decir que lo encontré porque en realidad estaba ahí parado frente a la puerta como para tocar el timbre. Apenas me vio me dijo “te acompaño”, y así fue.
Para mi madre era un pichicho sorprendente que entendía todas las órdenes verbales que recibía. No ensuciaba, no destrozaba, no tenía pulgas, no dejaba pelos, ni siquiera olía a can. Gracias a todo esto lo dejó dormir en la cama conmigo. La primera noche le pregunté sorprendida “pero si no olés a perro ni haces pis en cualquier lado como un perro ni dejas pelos de perro en la ropa… no se le ocurre que tal vez NO SEAS UN PERRO???”. Me respondió lo más pancho “la gente a veces ve unas cosas y otras simplemente no. Yo no veo los amarillos, por ejemplo” me sonrió y puso esa carita divertida que tanto aprendería a amar. Empezó a ladrar y a mover la cola y a saltar en cuatro patas por toda la cama.
Un día me tocó comer brócoli. A mí las cosas que son verdes en general no me gustan y el brócoli no era la excepción. Viene Mister Flowflish y me dice “pero eso es azul!!!”. “No!” le digo yo, “es verde!!! Es verde puaj!!!”. “Bueno, el verde se hace con azul y amarillo, asi que para mí es azul. Olvidate del amarillo que las cosas azules son riquísimas y comételo de una vez asi nos vamos a andar en bicicleta.” Me dijo con total naturalidad. Una vez más su lógica era irrefutable. Sin embargo el brócoli mucho no me gusta igual… debe ser el amarillo ese de porquería que le da un sabor amargo a las cosas.
Con el tiempo creció nuestra amistad. Y pasamos juntos por cosas durísimas que le toca vivir a veces a la gente y por cosas maravillosas que también ocurren, por suerte. Durante algunos años nos prestamos muy poca atención. A veces de pronto levantaba la vista de mi libro y lo veía ahí, casi transparente, suspirando. Yo sabía qué le pasaba, pero no había nada que pudiera hacer al respecto, tenía que trabajar, tenía que estudiar para los parciales. Cuando crecés te tenés que adaptar. Yo no puedo caminar en el aire como él, tengo que viajar en subte y pagar mi pasaje; no me alimento de la materia de los sueños, necesito comida… Tengo que pagar un alquiler, no puedo vivir en la copa del árbol o en el brillo del lomo de un gato. “Se puede!” me decía él, “podés alimentarte de una cosa sin dejar de alimentarte de la otra. Podés vivir en varios lados a la vez… Nadie vive en un solo lugar… hay tiempo suficiente durante el día para estar en el sillón y también del lado de afuera de la ventana, colgada del cielo, y del lado de adentro del corazón de un montón de gente y en mil lugares más”, me lo decía con angustia porque sabía que se venía ese lugar de la discusión en el que no hay acuerdo. Yo trataba de explicarle que una cosa es donde vive el alma y otra donde vive el cuerpo, pero para él no había separación, no entendía la diferencia entre una palabra y la otra. Tal vez así como no veía los amarillos, no veía ninguna diferencia entre lo físico y lo que no lo es; pero yo me manejo en un mundo en el que esa diferencia está terriblemente marcada.
“No me estás dejando vivir más aca” me dijo muy triste un día. “Lo sé” le respondí, “no sé cómo evitarlo. Me tuve que volver una mujer. Sé que no lo entendés y me duele…”
Así se marchó Mister Flowflish: tomó una docena de nuestros libros favoritos y se acomodó en el sillón que está frente al ventanal del living. Con las cortinas abiertas estaba todo inundado de la luz de media tarde. No sé cómo la vería él que no veía amarillos… Cuando la luz comenzó a decaer al paso de la puesta de sol mi amigo, mi hermano de la vida, mi media alma, se fue disolviendo junto con la luz que mermaba hasta que ya no hubo ni el reflejo de un rayo de sol allí y sólo quedaban los libros sobre el sillón aún cálido.
Montones de veces lo busqué con la mirada, con el recuerdo, con la risa… pero ya no encontré más que su llamita brillando en la imaginación de mis hijos.
Recordaba sus últimas palabras “no me estás dejando vivir más acá”… pero era él quien me decía que se podía vivir en más de un lugar. Que amargura tan grande... Cómo a él no se le había ocurrido una solución? Un lugar en el que él fuera feliz sin alejarse de mí… tal vez convertido en una plantita con flores… o en perro, que tanto le gustaban… o en aire o en rayo de sol o en sombra de luna…
Pasó más tiempo, mucho, y en algún momento lo comprendí todo. Después de la grisura y la paz.
Cuando sucedió, busqué a mi Mister Flowflish como loca, como un rayo, como un vendaval, como miles de bandadas de pájaros, hasta que por fin lo encontré. Claro que hoy lleva un nombre propio del registro civil y yo soy la que adoptó un nombre menos convencional. “Tufla, mucho gusto!” le dije, y Juanpi se rió como por veinte minutos, con esa carita divertida que yo tanto había amado.


Acerca de la autora:  Virginia Cortés

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