jueves, 2 de mayo de 2013

Epopeya - Jesús Ademir Morales Rojas


Habiendo escuchado a Dante alabar a Beatriz, Neso, el centauro, sintió celos y deseo, y quiso apropiarse de ella. De tal modo que se concilió con los demás centauros del Infierno y cuando dormían los poetas, en una escala de su larga marcha, sometieron a Virgilio y lo arrojaron a las fauces del monstruo Cerbero. Cuando despertó Dante, al verse desamparado en el corazón de las tinieblas, sintió rabia y odio y se enturbió su alma.
Los demonios, al descubrir su oscuro potencial, lo adiestraron, y Dante pasó siglos sometiendo al calvario a cientos de almas. Solo de esa manera encontraba consuelo al creerse traicionado por su maestro y separado de Bice, para toda la eternidad. Un día, los demonios le dieron la encomienda de arrojar al feroz Cerbero, a un grupo de condenados. Cuando se disponía a empujar con su tridente a la última de estas almas, descubrió que se trataba de una pequeña. Al titubear en su cometido, la bestia lo arrojó a un lado. Al caer, Dante descubrió entre las piedras y los huesos, la corona de laurel de Virgilio, pisoteada por los cascos de los centauros.
Tras deducir la amarga verdad, Dante se quitó su propia corona de laurel, y, de entre sus harapos, extrajo la espada de su antepasado, el cruzado Cacciaguida. Con decisión suicida Dante abatió a Cerbero y sin pausa, se enfila al círculo de los Centauros. Ellos, desde hace tiempo, habían erigido un altar de huesos humanos y rocas, y allí, mantenían cautiva Beatriz luminosa. Habiendo asaltado el Paraíso, el tropel de Centauros comandados por Neso, robaron a Bice para transformarla, a través de conjuros y sangrientos rituales, en una hembra de su especie, y así, perpetuar su raza maldita.
Dante al descubrirlos, enfurecido, se arroja sobre ellos. La contienda es dura, pero, impulsado por la sed de venganza, habiéndose habituado al encono del Infierno, Dante los derrota con la espada de su antepasado guerrero. Neso, al final, al verse perdido, corre sobre Beatriz y brutalmente le arranca las alas. Dante deshace aquella odiosa sonrisa, de un brioso mandoble.
La herida Bice, tarda, pero al final reconoce a su salvador en ese ser monstruoso y lleno de cicatrices. Al ver al poeta feneciente por tantos combates, triste pero agradecida, le ofrece quedarse con él, en Dite, incapaz de remontar el vuelo de nuevo hacia el Paraíso, por la ultima villanía de Neso.
Dante sin decir palabra, extrae su propia corona de laurel, y se la coloca en las sienes a su dama de pensamientos. Unas alas radiantes crecen de nuevo en la joven celestial. Ella, conmovida, toma en sus brazos al poeta, y se lleva en sus labios su postrer aliento. Desde entonces Bice, en el cielo, recuerda continuamente tal epopeya, mientras le da vida al cosmos en cada nuevo giro de su vuelo infinito.

Sobre el autor: Jesús Ademir Morales Rojas

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