viernes, 1 de febrero de 2013

Seguimos con los pedidos – Héctor Ranea


—¡A mí no me vengan con cosas raras! Al pan, pan y al vino, vino. Si quiere cosas retorcidas, intoxíquese solo.
—Pero no, Doña Gumersinda, nadie la quiere enrollar en nada raro. Es que usted siempre tuvo fama de pedir y que le dieran. Por eso vine para acá.
—Sí; ya sé que vino para eso, pero después terminará pidiéndole peras al olmo o manzanas al pomelo o qué sé yo qué cosas más raras. Y acá se hace como siempre se hizo, peras al peral y al olmo sombra, nada más, que no está para otra cosa. Eso y mandar raíces para arriba.
—Está claro como el agua, che. No se preocupe que no voy a pedirle que naden las estatuas.
—No se ría que le dejo la jeta para comer churros por la oreja. Soy una anciana y en el pueblo medio como que me veneran, ¿vio? ¡No tiene derecho a reírse de mí!
—¡Pero no, no me río! No es justo que me juzgue así. ¡Vine sólo a pedirle que le pida vino a las uvas! Me salen los tintos con bouquet a establo y los blancos con olor a pis de ñandú. ¡Hágame el favor, Ña Gumersinda, por lo que más quiera! Al final, lo único que le pido es que las uvas no den jugo de pis, después de todo. No va a comparar con pedirle peras al olmo.
—¡Epa! ¿Me estás diciendo que no te dan vino las uvas, che?
—¿No oyó? Pensé que sí. Disculpe.
—Eso hay que remediarlo, nene. Sin vino acá no; no se puede. Dame las coordenadas que mi GPS se descompuso pidiendo canonizar al extraterrestre que dejó su momia.
—Sí; claro. Espéreme que se las traigo en un minutito, acá no las tengo, vio. Me traje el celular viejo.
—Andá nomás tranquilo, chango. Tengo todo el tiempo del mundo, máxime ahora que el extraterrestre, para agradecerme su canonización, me dio la maquinola ésa del tiempo. ¡Gran invento, che, para pedir cosas! Y andá, que me concentro en esto del vino. A propósito: ¿tenés un catálogo enológico, así especificamos más el pedido? Viste cómo es, achicamos pedido, mejor es.
El peticionante salió con tanta cara de beato que la corte de los milagros que rodeaba a la bruja se persignó. Más de uno pensó: “he ahí un afortunado al que la chamana le encontró una moza para el amor”. Y bueno, el vino es una ayuda, tomado con moderación.

Sobre el autor: Héctor Ranea

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