Alexandra no me quiere, pero en el fondo es porque me quiere. Lo puedo
adivinar perfectamente. La orden de restricción, ¿no es acaso una
muestra de lo mucho que le importa mi presencia? Incluso un móvil
policial vigila su casa para asegurarse de que yo estoy por ahí,
acechando con la pasión de quien sabe que el amor hay que mantenerlo a
toda cosa para que no se consuma en el olvido. Sé que lo correcto es
evadir a los guardianes de la ley, penetrar en su vivienda, en su
habitación y hablar con ella. Pongo en marcha mi plan y lo consigo. Sin
embargo, al llegar a su recámara lo último en lo que pienso es en
charlar, le tapo la boca, le doy un puñete, le arranco el camisón y la
fuerzo a hacer el amor. Ella, aunque demuestra que no quiere, lo quiere.
Lo sé, rechaza con fiereza mis maltratos. Cuando termino, decido
estrangularla. Así será mía por siempre, nunca me abandonará. Morirá por
mí, porque me quiere. Sus ojos se abren con fuerza, se relaja, sonríe,
me dice que he sido su mejor macho, que me adora, que desea amanecer a
mi lado, que no la mate pues quiere pasar más noches conmigo. No sé qué
decir, me siento en la cama y miro a la pared. Ella me abraza, me besa,
sabe a azúcar, a sal, a agua. Su madre entra de improviso y nos ve,
comienza a gritar y sale despavorida de la residencia. No reacciono.
¿Por qué, Alexandra? Dejo que me arresten, que me conduzcan a la
comisaria, que me encierren. Lloro, grito, me desvanezco de dolor, ya no
deseo vivir. Mi hermosa Alexandra. Me quieres. Sí, en verdad me
quieres. Pero en el fondo es porque no me quieres.
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1 comentario:
Wow!
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