Johannes Nepomuk Algreiver despertó una mañana y supo que había dado un
salto y caído en una cama de un hotel del siglo XXI, o sea una zancada
de tres siglos y unos años más. El primer problema que tuvo que afrontar
fue cuando quiso abandonar el alojamiento y le exigieron el pago de no
entendía él cuántos euro. Una cagada. Por suerte, en el bolsillo de esa
extraña ropa que portaba, conservaba el instrumento musical así que hizo
lo único que podía: tocar su música. Con eso, su zurrón y el botones
del hotel como custodio y prenda de retorno, salió a buscar fortuna.
En breve, los niños comenzaron a juntarse jalando a los adultos al lugar
donde se encontraba ese vagabundo en pijama sonando esa música
maravillosa, llorando a gritos si no se les daba monedas para darle. Las
mujeres se acercaban a él no sólo para darle un beso, sino para
entregarle billetes mientras le acariciaban el rostro. El botones no
entendía cómo lo hacía, aunque la música fuera extremadamente bella
pero de lo más extraña, ya que sacarle así los billetes a esta gente,
acostumbrada a músicos callejeros por doquier era, por lo general,
difícil.
El caso llegó a oídos de todos los músicos y pseudos-músicos de la plaza
de San Esteban, que querían entender cómo hacía ese extranjero para
quitarle sus potenciales benefactores, pero era cuestión de escuchar su
música y comenzar a tocar con él sin argüir más nada. Pronto hubo una
orquesta variopinta que tocaba al son del instrumento de Nepomuk.
En un par de horas, la calurosa Viena había entregado varias veces lo
necesario para vivir en el hotel por un mes, así que Nepomuk retornó con
el botones azorado e hizo que contaran los billetes, las monedas y
demás objetos encontrados en el zurrón del músico.
De pronto, el gerente se topó con un trozo de vidrio y lo sacó del bolso, Nepomuk dio un grito de alegría
—¡Creí haberlo perdido, gracias por encontrármelo!
—¿Acaso esto es importante? —dijo el gerente.
—¿Importante? Es mi máquina del tiempo. Sin ella no podría volver a
casa, en lo que queda de Europa, dentro de tres siglos, años más, años
menos.
Desde entonces, el botones se dedica a la bebida y cuenta la historia que, claro, nadie cree.
El autor:
Héctor Ranea
No hay comentarios.:
Publicar un comentario