Habían quedado de verse afuera del Instituto de Trabajadores del Seguro de Accidentes. Eran cuarenta y cinco minutos pasadas las dos de la tarde; quince de retraso; quince de incómoda espera. Faltando diez minutos para las tres de la tarde, decidió entrar a la recepción para preguntar por su amigo. No había ido a trabajar y no se podían comunicar con él. Pensó en ir a buscar a su amigo al departamento en donde vivía, a unas cuadras de ahí, y fue eso lo que hizo. Arribó a su departamento en Calle de Oro. Observó que del viejo edificio salía un grupo de hombres con máscaras y tanques; exterminadores aparentemente. Pregunto por su amigo al portero. Éste le respondió que no lo había visto salir, a pesar de haberlo visto entrar la noche anterior. Le ofreció abrirle el departamento a cambio de unas cuantas coronas. Subieron en el lento ascensor al quinto piso y el portero abrió la puerta del departamento. Un fuerte olor a veneno cubría todo el lugar. Su amigo no apareció por ninguna parte.
El autor:
Alejandro Domínguez
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