Soy astronauta, viajero espacial, pero no capitán de la nave o segundo de a bordo, no; soy el que le hace la comida a doscientos y pico de voraces especialistas de las más variadas ramas que me vuelven loco con pretensiones gastronómicas de alto nivel, demandando ostras a la Príncipe Alexandrov y Rotolo de Esturión del Báltico. Les juro que no veo el momento de que lleguemos a destino, al planeta denominado FG567KP498. Allí podrán asar a los nativos, si pueden, si estos se dejan asar, y dejarme tranquilo. Aunque hay un problema: el combustible deja sustancias tóxicas en las comidas, por lo que hay que encontrar antídotos para neutralizarlas. Creo que este hato de imbéciles es incapaz de sortear esta cuestión. Pero ¡qué joder! Mi misión es cocinarles, no advertirles nada, y termina cuando bajen con el transbordador a la superficie de FG567KP498. Después, que coman o sean comidos, no es mi problema. Tal vez los kaperianos, como yo los llamo, se consideren afortunados al poder contratar a un chef de prestigio interplanetario y me ofrezcan un trabajo digno de mi capacidad.
Sobre los autores:
Héctor Ranea
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