martes, 7 de agosto de 2012

Pequeña discusión - Cesar Mauricio Heredia


La sensación de impotencia es insoportable. No poder hablarle, no poder pedirle perdón y asegurarle que nada de lo que dije aquella mañana era verdad, hace que me sienta miserable.
Habíamos discutido por una estupidez. Ella siempre reaccionaba con violencia por las cosas más insignificantes y yo no estaba de humor ese día para soportar su mal genio. Yo se que ella tampoco sentía en verdad lo que me dijo, pero no tenía ganas de soportar más insultos gratuitos y me fui dando un portazo sin siquiera despedirme, sin darle un beso y un abrazo como siempre.
Ahora la observo desde aquí sin que ella pueda verme. Está jugando en el parque con nuestro hijo, pero no se como reaccionaría si me acercara y le hablara. Han pasado más de dos años. Además, está prohibido hacerlo, me lo dejaron muy claro desde el comienzo.
Recuerdo que me encontraba a apenas a tres calles y ya me sentía arrepentido por haber salido así, pero no iba a regresar a disculparme. Aún sentía rabia por la forma en que me había tratado y no quería darle la razón. No la tenía, pero si regresaba o la llamaba por teléfono, sería como aceptar que había estado bien que me gritara. Más tarde hablaremos, pensé. Después arreglaremos el asunto, pero ahora no.
Lo último que recuerdo de ese día es que miré a ambos lados y crucé la calle por la que pasaba el bus que me llevaba a mi trabajo. Pensé que podría pasar, pero el automóvil venía más rápido de lo que pensé. Corrí para pasar la calle, pero metí el pie en un hueco y me torcí el tobillo, justo a medio camino de la otra acera. El conductor no tuvo tiempo de reaccionar. Morí al instante.

Acerca del autor:
César Mauricio Heredia

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