Nadie tiene la justa, ni el hierro templado de un guerrero, ni la mano
sedosa del hada, ni la aurora de un viejo sabio, ni la voz más
desvastada. Ni ésta, mi voz de mar, ni la lluvia prosaica entre mis
letras desacostumbrada,ni el aroma a manantial nacido de la raíz del
alma. Ni siquiera el bullicio que siembra notas de encanto y deviene en
sueño casi mágico. Sentí el viento romper castillos en la mente, y
tampoco él tuvo la justa al momento de traer claridades. Tampoco el
carpe diem tiene la justa al momento de emigrar cual golondrina de todos
los tiempos en todos los aires. Ni las arcas repletas de envanecidos
tienen la justa acerca de la faz más o menos heroica, más o menos
teólogica, más o menos humana. Después de todo, no hay retórica ni
dialéctica magistral que inclime la balanza, pues desde siempre el
ovillo devana sus hilos alrededor del eje de lo que más amamos.
Acerca de la autora:
Ana Caliyuri
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