Tres días hace que la nave está fondeada a una legua de la costa
de la Tierra del Fuego, cerca de un islote que la protege del viento.
Annëken,
kon de los selk’nam que habitan el centro de la isla hace tres días que
la vio y espera sentado, apenas cubierto con su chonhkoli de piel de
guanaco, impávido y abstraído del frío y el viento, a que algún c'ón
baje, para hablar con él. Es un chamán instruido e inteligente, que
domina el idioma de los hombres que dicen venir de la España de Fernando
sexto y la lengua de los hombres que vienen de la Inglaterra de Jorge
segundo.
Por fin, cuando el viento amaina, se desprende una
chalupa con un solo hombre. Llega a la costa, baja y se aproxima a él.
Con voz altiva, le dice
—Buenas tardes, doctor Lemuel Gulliver, a su servicio.
—Lo hacía más alto.
—Son habladurías. No crea todo lo que escucha.
—Me pasa lo mismo. Dicen que tenemos pies grandes; y solo porque algún español confundió nuestras huellas en la arena.
—Es cierto, me había llegado esa noticia.
—Conocí a una compatriota suya. Vio mis pies calzados, y luego, cuando
me vio desnudo en la intimidad de mi kawi, me llamó mentiroso. Citó
alguna regla acerca de la dotación del que tiene pies grandes.
—Lo entiendo. En Liliput solían hacerme chanzas por lo mismo,
envalentonados por ser petisos y no sé qué cosas con la ley de la “L”.
El Autor:
Daniel Frini
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