viernes, 6 de julio de 2012

Cuestión de precio – Sergio Gaut vel Hartman


Elías Cartier había sido programado para matar a cualquiera que se saliera del camino prescrito. Y eso incluía tanto a los potenciales habitantes de Vogt como a sus propios compañeros de misión. Era, de hecho, el único que tenía impresa esa consigna entre los trece hombres y mujeres que habían viajado desde la Tierra al cuarto planeta de Gliese 581, rebautizado Vogt en honor a su descubridor. Vogt era, de todos los planetas terriformes, el que contaba con mayores posibilidades de albergar vida entre los hallados por la especie humana fuera del sistema solar. Había que preservar la inversión realizada, pensaron en la Tierra, y unas pocas vidas, eventualmente, eran un precio que podía pagarse. Por eso, además, Elías era el único que estaba autorizado a portar armas.
Pero Elías ignoraba que Central había previsto un antídoto, y aunque lo hubiera sabido, no le habría servido de nada. El psicólogo, Huang Tze, adiestrado para detectar cualquier desviación de los patrones de conducta de los demás miembros de la misión, percibió la señal de alarma y bastó con que Elías expresara su aversión hacia las criaturas que pululaban por el suelo de Vogt para que Huang Tze pasara al segundo nivel de atención. Ese reconocimiento no tardó mucho en ser puesto en acto mediante un certero disparo de la novísima Glock Space 2101 de Elías, que desintegró a uno de los aborígenes. El chino buscó al biólogo Aquiles Sandoval y lo hizo partícipe de su inquietud.
—Tenemos que matarlo, antes de que sea tarde. Ese tipo quedará pronto fuera de control y nos va a enterrar a todos.
Aquiles, un hombre pacífico que solía entretenerse resolviendo complejos acertijos matemáticos, miró a los ojos a Huang Tzu y escupió el arcilloso suelo de Vogt.
—Esa propuesta hiede, además de ser impracticable —dijo, y antes de que Huang Tze pudiera replicar, agregó—: somos apenas doce contra él. Haría falta el doble para dominar a esa fiera. ¿Estás pensando en poner en riesgo el plantel cuando todavía no hemos terminado de armar el campamento?
—¿Más de veinte para detener a un solo tipo?
—Sin armas, contra la Glock… ¿qué te parece?
—Elías fue programado para eso. Ignora lo que yo sé. Todo lo que no concuerde con las actividades permitidas que contiene el Registro es un delito. Y todos los delitos pueden ser penados con ejecución sin aviso previo.
—No voy a discutir el Registro, amigo, pero es muy estúpido enviar una expedición a veinte años luz de la Tierra para arriesgarla en un giro de ruleta. Además, ¿cómo ejecutarías la pena? ¿Nos arrojaríamos todos sobre él, al mismo tiempo? Ya te dije que es impracticable.
—Hay algo raro en todo esto, entonces.
—No te quepa la menor duda. Las criaturas de Vogt, por ejemplo.
—¿Qué pasa con ellas?
—Son sospechosamente estúpidas; se dejan matar sin oponer resistencia.
—Lo noté, por supuesto. ¿Qué deberíamos hacer?
—Desconfiar.
—Ya desconfiamos de Elías; ¿de los aborígenes también?
—De los aborígenes más que de Elías. Después de todo, él solo cumple órdenes, obedece a un programa. Los vogtianos son imprevisibles.
—¿Esos renacuajos, esas crías de rata lampiñas?
Aquiles se rió con ganas. —¿Esa es la impresión que te provocan? Pues te va a sorprender lo que sigue.
El chino se movió incómodo, pasando el peso del cuerpo de un pie a otro; empezaba a hacer frío y una bruma pegajosa descendía desde las formaciones cristalinas que coronaban el farallón contra el que habían apoyado los bloques premoldeados del campamento.
—¿Qué sigue?
—La doctora Wolfson registró una inusitada actividad cerebral en esos bichos.
Huang Tze tragó en seco. —¿Central lo sabía?
—¿Cómo iban a saberlo? A duras penas vinimos hasta aquí contando con mapas de superficie. No teníamos idea de qué criaturas íbamos a encontrar.
—Entonces Elías era necesario.
—Elías es inútil.
—No te entiendo.
—Los vogtianos nos indujeron a viajar y ahora se están apoderando de nuestros cerebros.
—No hay modo de que sepas eso —se espantó el psicólogo.
—Te lo garantizo —dijo Aquiles—. Y si me atrevo a decírtelo es porque será lo último que escuches en tu vida como ser humano. —El biólogo permitió que el pensamiento de los vogtianos hiciera pie en su hipotálamo y se proyectara hacia la cabeza del chino. Cuando el proceso se hubo completado, ambos fueron en busca de Elías.
—¡Hola! —dijo el hombre programado para matar. Aquiles Sandoval y Huang Tzé lo contemplaron con fijeza y vieron que la Glock salía de su cartuchera, se posaba sobre la sien y se disparaba. Los vogtianos también podían pagar cierto precio para conseguir sus objetivos.

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Sergio Gaut vel Hartman

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