miércoles, 23 de mayo de 2012

Isla – Héctor Ranea


—Cómaselo sin resquemores, Ramírez —dijo el soldado—. No va a encontrar más comida por acá.
Y ese ratón, gordo pero maloliente, me miraba de soslayo mientras lo sostenía decúbito dorsal contra la tapa de una revista de mierda donde decía que ganábamos la guerra.
—¿Y usted? —le pregunté.
—Tomo unos mates y se me pasa. Mátelo y cómaselo, antes de que me arrepienta.
—Me mira —dije sin darme cuenta de lo que estaba diciendo—. Me mira como si comprendiera. Mire. Ni siquiera grita.
—Es que los ratones casi no chillan acá. Con el frío se acostumbran. Mátelo tirándole de la cola con una mano y sosteniéndole el cuello con la otra, como si estirara la camisa.
—Me da no sé qué comerlo. Usted está perdiendo sangre.
—No mucha. Ya vienen los muchachos de la cruz y me curan. Me darán mejor comida que esa —dijo riendo.
—No le veo la gracia. Este huele a mierda.
—Tápese la naríz y cómaselo sin respirar.
—No puedo.
—Démelo.
Se lo di. Lo mató y lo devoró en un instante. Casi no lo veo porque casi todo ocurrió mientras tenía los ojos cerrados en el parpadeo.
—Acá tiene otro, Ramírez. Cómaselo.
Y me acercó otro ratón, con menos olor, pero la misma mirada.
En eso vinieron los de la cruz. Al soldado lo curaron, pero no le creyeron cuando les dijo que me curasen a mí. Me dejaron solo, en el frío. Dijeron que llevaba días de muerto, por eso había tantos ratones.

Acerca del autor: Héctor Ranea

1 comentario:

Sergio Gaut vel Hartman dijo...

¡Tremendo, Ranea! Mire que yo le leo cuentos a diario y que le conozco la maña, pero este me estremeció hasta la médula.