martes, 1 de mayo de 2012

Hago o muero, la misma vieja historia – Héctor Ranea


Desde que perdió su mano en la batalla de Unicorp se había retirado a escribir sus memorias con la excelente ayuda de Vela, un colgante androide que recibía lo dictado por el manco y lo enviaba a su memoria central. Vela había sido provista por su empleador, Marketcenter, para que usara su inteligencia humana, una de las pocas restantes, para plasmar sus inquietudes y desvelos durante los largos hechos de la Guerra de Servicios.
Vela enviaba sus documentos prácticamente a la misma velocidad que lo que dictaba el manco, hasta que éste perdió el control de sus sentimientos y, al recordar la muerte de la madre a manos de un frasco de conservas de verduras de Clío, envenenado por las tropas de Univentris, emprendió acciones de venganza, fuera de los actos de la guerra consentida. El episodio alteró los dispositivos de transmisión de Vela y se convirtió en un verdadero pinchazo en los testículos robóticos de los gerentes de Marketcenter.
El manco, no bien se recuperó de su fugaz locura, advirtió que debía huir lo más rápido posible. Solitario lobo como era, nadie pudo pasarle el aviso y en breve cayó la corporación de polibots, empleados neutrales de todas las empresas en guerra, que lo apresó. La única condición impuesta por los empleadores era que los polibots le dejasen usar Vela. Pero, se sabe, los polibots no son necesariamente neutrales, ya que hay quienes venden información a empresas que hagan la mejor oferta durante las ferias de Remate y Descontrol. Y el sarmiento que apresó al manco era uno de esos, de modo que lo primero que hizo fue quitarle Vela al manco, pensando que era un androide.
Nunca debieron haberlo hecho, porque así él quedó sin control de su empleador, con lo cual, en caso de fugarse, no podrían encontrarlo. Y eso fue lo que hizo el manco, aprovechando una tarde bagualera de la corporación, se escabulló usando un dispositivo de camaleón sin rastreo que Marketcenter le había instalado en la pituitaria. Salió caminando del penal, como quien dice, proyectando una mano holográfica en lugar de su muñón para no despertar sospechas.
Cuando Marketcenter supo del escape, buscaron en Vela la respuesta al probable destino del manco, pero no había nada registrado, salvo conversaciones entre el sarmiento y un capanga, gracias a la cual pudieron encarcelar a los ambos.
El magnate, M. Armintus, de Marketcenter, no podía creer que un humano bastante idiota y falto de una mano pudiera habérseles escabullido; por lo que sospechó una deslealtad de quien programó Vela; así que cien androides de alta calidad, programadores de tiempo completo, fueron reinstalados desde sus implantes de sinergia, reprogramadas sus operaciones y degradados al servicio de palear combustible, como se decía en la jerga, el coltan radiactivo que abastecía las tropas con recarga de baterías. No se salvó ninguno. Desde los despachos de venenos para humanos o virus de diseño habían caído enormemente. Esta expulsión trajo consecuencias, ya que se perdían las mentes brillantes del grupo y, en su rabia, nadie advirtió que esta medida fue mal tomada por los funcionarios androides.
Mientras, el manco huía por donde podía. El sistema camaleón lo protegería por poco tiempo y él lo sabía. Es más, sabía también que no podría evitar que se enterasen de dónde estaba, por lo que tenía que encontrar una manera de defenderse y contraatacar. Y la única que podía pensar era pasarse al enemigo. Pero ahí los problemas serían mayores porque ellos los tenían fichados y condenados a muerte instantánea. Sólo podría salvarlo en tales circunstancias, proveer al enemigo de alguna información importante que pudiera valer su vida y aún así quedaba al arbitrio de quien lo detuviera. No podía tolerar ese nivel de riesgo, y sin embargo…
Cerca de él escuchó la detonación típica de un aparato que conocía bien. En dos pasos estuvo a distancia de la lanzadera de gas nervipausa, la cual usó sin pensarlo dos veces. El androide ocupante cayó aletargado. El manco accionó la clave de seguridad y tuvo la nave bajo su control. Sonrió: tenía la libertad asegurada sin poner en riesgo su vida vendiendo secretos.
La nave era un modelo más moderno de la que él conocía, pero era básicamente idéntica. Se acomodó en la cabina, marcó las coordenadas y zarpó.
Llegó una mañana extrañamente tibia de fines de junio al pie de los Andes del Sur. Al salir de la nave, la bocanada de aire fresco lo hizo toser un buen rato. No estaba acostumbrado a ese nivel de pureza y el mareo posterior no le hizo las cosas mejor. Sólo lo mantuvo ahí la idea de que era el único modo de alcanzar la libertad. Ciertamente, no era ahí ni cuándo él hubiera querido llegar, pero es lo que logró con ese modelo.
Antes de salir completamente borró las coordenadas del panel, luego ocultó la nave como pudo entre matas negras y ramas secas. Sabía que a esta nave la encontrarían fácilmente, por lo que debía pensar rápidamente en una buena defensa. Al menos para morir honrosamente.
No sabía que del otro lado su acción había llevado a la destrucción total de las dos corporaciones más importantes de servicios y que, tras años de tenderse trampas, éstas habían funcionado para ambos y los habían quebrado financieramente, lo que provocó la ira de los soldados de lata, como los llamaba el manco, que eliminaron a todos los poderosos. Esto hizo que se olvidaran las naves temporales, por lo que el manco viviría para siempre aislado de su mundo, sin saberlo.
Canturreó algo como para darse ánimo. Por una vez en todos esos días de furia, sentía que la venganza ya no era necesaria. Es más, tenía la impresión de que las cosas irían bien de ahí en más, respiró hondo, tragó saliva y recibió una enorme lanza en el pecho que lo tumbó antes de poder pensar. Poco a poco, un humano desnudo fue acercándose a su cadáver, pero esto, claro, el manco no lo pudo ver.

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