viernes, 11 de mayo de 2012

Grandes metas - Fernando Andrés Puga


No logra atar el cordón de la zapatilla. Se esmera, lo sé. La punta de la lengua asoma entre esos rosados labios y la delata. Lo intenta una y otra vez; el nudo se le niega. No pueden sus dedos regordetes rematar el lazo que impedirá que se vuelva a desatar.
-¿Te ayudo?
Pero no quiere. Prefiere que me vaya, que no mire. Al menos eso sugiere la arruga que se forma entre esos ojos que reflejan mi gesto. Un gesto indefinido. A medias entre la compasión y la impaciencia.
La dejo sola.
Desde el pasillo, corro apenas la cortina y la espío desde atrás de la ventana. Quiero ser testigo del instante en que lo logre.
Veo la gota de sudor que le baja por la sien.
Veo cómo la gota se detiene.
La gota no quiere distraer la atención de esta niña grande que se empeña y entonces la gota se demora en la mejilla. Expectante.
Tampoco a las paletas del ventilador que gira en el techo les gustaría ser responsables del fracaso y en silencio la refrescan con leve movimiento.
Ni una pelusa en el aire que ose moverse. Quietas en el vacío, las briznas de polvo desafían la ley de gravedad.
En el estante las muñecas abren bien los ojos y ni a pestañear se atreven.
Por un segundo se paran los relojes.
El viento deja de soplar. Los trenes, de pasar. No se hamacan las hojas de los árboles. El agua no corre junto a la vereda.
Nada.
El mundo todo es una bola inmóvil.
Y es en esa brevedad entre dos tiempos que una mano invisible le guía el deseo a la heroína hasta que finalmente el sol inunda la pieza y se reanuda el tictac de los relojes y el viento juguetea con el polvo y la gota se desliza hasta los labios y estalla de gozo la zapatilla en el pie de la niña que corre hacia los brazos abiertos para mostrar su hazaña.
Hacia unos brazos abiertos que la envuelven.
Hacia estos brazos abiertos que son míos.

El autor: Fernando Puga

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