jueves, 5 de abril de 2012

Arañas y otras alimañas – Héctor Ranea


— Sí; es cierto. No hay peor cosa que encontrarse una araña en la habitación. No digo una araña pequeña, de esas que caben en la cabeza de un clavo. Hablo de esas grandes como manos. ¡Sabe qué! Parecen estatuitas de bizcocho, pero cuando uno les acerca algún palo para matarlas, ¡zas! Se escabullen detrás de la almohada y ¡chau! Sólo te queda soñar toda la noche con que viene a morderte. Son así.
— ¡Por favor! ¡Nada que ver! ¿Quién le dijo eso? Peor, lo que se dice peor, es encontrarse con una araña macho, porque aunque son más chiquitas, como corresponde a los arácnidos, uno hasta puede matarlas, porque las jode que vienen con las hormonas despeinadas. El problema es que — y por eso le digo que no sabe nada de arañas— en un radio de diez, a lo sumo veinte metros, está la hembra. ¡A esa es a la que hay que temer! Si la araña macho entra en la mano, la hembra se la toma, le muerde el dedo gordo y le sobra mandíbula para rato. ¡Sí! Aunque le provoque escalofríos allá abajo se lo tengo que decir. Y para peor, viene alzada. Y peor aún, uno le mató al macho. ¡Cartón lleno! La dejaste sin macho y sin comida. Porque hay que saber que el macho es la comida que la hembra necesita después de la cópula (o en de mientras, eso es materia de conjetura) para que los huevos queden bien preparados.
— Me parece que están los dos equivocados. Si vamos a comparar cosas malas, sacando encontrarse con San Lamuerte, claro, es muy malo, pero muy malo, encontrarse con una víbora de la cruz.
— ¿La yarará?
— Dije de la cruz. Las otras noches un resero les quemó el pajonal antes de llevar las vaquillonas y les rompió sin querer los nidos, les cocinó los huevos. Un desastre les hizo. Y ahí empezó el problema. ¿Sabe cuántas le salieron al encuentro? ¡Diecisiete! Así como lo oye.
— Pero ¿y qué tiene que ver con la araña? Uno de nosotros la comparó con cosas, esto es un montón de víboras despiertas, en medio del desierto, hechas una fiera, nada menos porque les interrumpieron la siesta. ¡Qué sé yo! Pero normalmente, ¿qué hacen? No... para mí que nos está bolaceando.
— Sin ir más lejos. Yo mismo soy una yarará.
Se sacó el traje y se dedicó a morder a todos los presentes. Tenía veneno de sobra, recargado por la bronca de haber perdido su nido.
—La única cosa complicada ahora, va a ser sacarme este gusto a humano que me quedó en la boca ¡puaj!
Se fue reptando por el parquet de pinotea gastada. El bar había quedado vacío. Una araña macho que vio todo, contó su escalofriante experiencia en un blog interesante al que invito a pasar:
http://arañasyotrasalimañasconmañas.blogspot.com/ . Imperdible.

El autor: Héctor Ranea 

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