El carruaje paró con suavidad frente a su casa pero ella esperó a que el caballero que la acompañaba bajase para ayudarla. Cuando la pequeña puerta se abrió, extendió la delicada mano cubierta con guantes de encaje y se apoyó en él con suavidad.
Él la habló en un murmullo, la voz le temblaba, y ella le contestó mientras se ruborizaba:
–Estaré encantada en tomar el té mañana con usted en el campo del Oeste. Incluso –añadió–… creo que podríamos despedir a su cochero.
Él se inclinó ante ella visiblemente halagado y continuó:
–La recogeré a las cuatro, si me lo permite; cumpliré encantado con la sugerencia que me hace y que coincide con mi deseo.
Minutos después, perdido el ruido del carruaje en la noche, la joven dama se internaba en su habitación tras haber despedido a la criada. Se quitó el gran sombrero con cuidado descubriendo un interior cubierto de espejos. Se despojó de la falda y de la ajustada chaqueta, no sin esfuerzo se libró del incómodo e incomprensible polisón para colocarlo junto a la ventana y aflojó el corsé para estar más cómoda. A continuación, durante algunos minutos, se entretuvo situando el sombrero, el polisón y un camafeo en unas posiciones aparentemente muy concretas mirando de tanto en tanto a un punto del firmamento. Jugó con el collar de perlas, acarició las plumas que habían adornado sus cabellos, se abanicó con coquetería hasta que el camafeo pareció iluminarse desde dentro, lo que ella estaba esperando: “Mañana tendremos al humano”. Ése era el mensaje que tenía que trasmitir y el fin del trabajo de campo que le habían encomendado en este planeta y en este lugar del tiempo.
Él la habló en un murmullo, la voz le temblaba, y ella le contestó mientras se ruborizaba:
–Estaré encantada en tomar el té mañana con usted en el campo del Oeste. Incluso –añadió–… creo que podríamos despedir a su cochero.
Él se inclinó ante ella visiblemente halagado y continuó:
–La recogeré a las cuatro, si me lo permite; cumpliré encantado con la sugerencia que me hace y que coincide con mi deseo.
Minutos después, perdido el ruido del carruaje en la noche, la joven dama se internaba en su habitación tras haber despedido a la criada. Se quitó el gran sombrero con cuidado descubriendo un interior cubierto de espejos. Se despojó de la falda y de la ajustada chaqueta, no sin esfuerzo se libró del incómodo e incomprensible polisón para colocarlo junto a la ventana y aflojó el corsé para estar más cómoda. A continuación, durante algunos minutos, se entretuvo situando el sombrero, el polisón y un camafeo en unas posiciones aparentemente muy concretas mirando de tanto en tanto a un punto del firmamento. Jugó con el collar de perlas, acarició las plumas que habían adornado sus cabellos, se abanicó con coquetería hasta que el camafeo pareció iluminarse desde dentro, lo que ella estaba esperando: “Mañana tendremos al humano”. Ése era el mensaje que tenía que trasmitir y el fin del trabajo de campo que le habían encomendado en este planeta y en este lugar del tiempo.
Tomado de: http://microrrelatosalpormayor.blogspot.com/
1 comentario:
Si es que qué fácil es cazar a un hombre :-)
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