viernes, 17 de febrero de 2012

En el pecado está el castigo – Sergio Gaut vel Hartman


—Tengo en el alma llena de cicatrices, doctor —dijo la mujer aferrándose la teta izquierda con la mano derecha.
—Dejemos el culebrón, Alba Aurora Blanca; soy tu marido.
—El enfermero de mi cuerpo —insistió ella, moviendo los rizos de su cabello con la mano izquierda, ya que la derecha seguía ocupada en la teta—; el corazón no me funciona. Tengo estrías en el espíritu y mi amor se está destrozando en miles de fragmentos. He muerto por dentro y eso es porque te amo tanto que ya no sé qué hacer con mi pobre vida.
—De acuerdo, querida; andá a escribir un rato a ver si se te pasa. Y si no funciona probaremos con un sabroso puré de Rivotril, Valium, Alplax y Lexotanil.
—Tu indiferencia corrompe mi existencia, mi alma está desierta. —Las manos de la mujer se cruzaron sobre el pecho—. Y también rompiste mis bellas ilusiones de juventud. ¿Por qué? Por amarte tanto sin ser correspondida. Por eso no te puedo perdonar, aunque sé que siempre te recordaré, aunque te vayas.
—Alba Aurora Blanca: no busco tu perdón, y tampoco me voy a ninguna parte; solo necesito que cierres la boca y te vayas de mi consultorio porque debo atender al próximo paciente.
—¡Yo soy tu paciente y padezco más porque no te perdonaré aunque mi corazón reclama que te perdone y mi alma dice que no vuelva a equivocarme!
—Ay, querida mía, ¿cómo debo explicarte que este es mi lugar de trabajo. Dejemos los melodramas para la noche, cuando llegue a casa y advierta que no hay nada para comer porque te pasaste todo el día escribiendo esos horrorosos poemas...
—No te vayas por las ramas y decime de verdad qué sentís por mí, amor.
—Me cansé, Alba Aurora Blanca; no siento nada, no deseo verte más.
—No importa: yo esperaré a que desees verme. Tengo tantas heridas abiertas que soy un mero remiendo, una muñeca de trapo, un títere sin cerebro que solo espera que el titiritero la haga su objeto de placer...
—¡Maldito sea! Yo y mi idea de tener una esposa androide, romántica y sensible, que escribiera poesía y llenara mi vida de luz. —Disparó el puño contra el mentón de la “mujer” y antes de que el cuerpo tocara el suelo retiró la batería y la unidad de memoria—. ¡Susana! Haga pasar al señor Gutiérrez.

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