Mirá Lerchundi, hoy es viernes, vos te comprometiste a terminar el cuento para el lunes, y todavía no tenés ni el título. ¿Tan difícil es escribir un cuento sobre la amistad? Está bien que seamos amigos, pero... ¿hasta cuándo te voy a esperar?
¿Qué hacés ahí, Lerchundi, parado frente a mi escritorio mirando el piso? ¿Sos boludo, vos?
No, Lerchundi, vos no sos ningún boludo. Vos sos un buen tipo lleno de amigos. Así que, si no querés escribir sobre nuestra amistad, no lo hagas. ¡Pero dejate de joder, che! Para hacer tiempo, hacelo con otro editor. Acá apoyás el culo en la silla, y hasta que termines el cuento no te levantás ni para mear. ¿Está claro, Lerchundi? ¿Sólo eso se te ocurre? Encogerte de hombros, como si dijeras, “Y… si vos lo decís”.
¿Por qué no encarás por el lado del grupo formado aquella vez que fuiste a San Pablo? ¿Acaso no recordás que viniste enloquecido con la incipiente amistad? No sé por qué te negás a escribir sobre eso. Vos me relatabas las reuniones que durante años y en forma continua hacían en tu quinta. Bueno, si se le puede llamar quinta a ese baldío que vos tenés. ¡Si hasta llegaste a invitarme! ¿No te acordás? Sí, sí… fue ahí donde conocí a Petra, tu esposa. Hermosa y adorable mujer, por otra parte. Bueno, no me mires así que no te la voy a comer. Ya sé que es un tema al que le escapás. Mejor sigamos con lo nuestro y dejemos a la rusita para otro momento.
Te decía, Lerchundi, esa incipiente amistad con los tipos que frecuentaste en tu viaje a Brasil es una buena base para empezar. No te quedes ahí firme y parado y sin abrir la boca como si no pasara nada con ese tema, Lerchundi. Sabés que tenés que dejar salir ese malestar que te circula por las tripas. No vas a perder mi amistad ni tu trabajo si te descargás.
Mirá, leete el cuento “Terror” de Chéjov, metelo en una coctelera junto con “Descenso a los infiernos de la imaginación” de Denevi, y batilos con tus anécdotas sobre el viaje y posteriores reuniones. Agregale un poco de tu inspiración, y listo. Chéjov o Denevi, con mucho menos lo lograrían.
Ahí tenés, me alegra que esboces una sonrisa. Entonces: ¿qué tenemos? Antón, Marco, y tu historia. Tomá las formas de Marco: monodiálogo, irónico y coloquial, dos de las características que identifican algunos de sus escritos. De Antón tomá su capacidad de síntesis: condensá la realidad física y síquica en unos cuantos rasgos individuales e inequívocos para cada personaje. Eso, condensá, Lerchundi, condensá. No, claro, no, es mucho para vos. Por eso tu mirada de clemencia. ¡Dejate de joder, empezá con eso!
¿Cómo, si me parece? ¡Sí, sí, me parece! Mirá, empezá así: vos casado, ellos no; vos con una vida hecha y cercano a la muerte, ellos recién comenzaban; ellos unos pibes inexpertos, vos con tu madurez.
Eh, che, ¿qué te pasa? ¿Por qué te querés ir? Vení para acá. Dale, parate ahí. ¿Cómo que no querés entrar en esos detalles? ¡Si es lo más jugoso, increíble y pintoresco de toda esta historia! Dejate de embromar con ese estado depresivo que venís arrastrando. A esta altura, Lerchundi, debo confesarte que hiciste bien en no confiar en esos pibes. Las piernas de la Petra están bien buenas. ¿O no? Claro que sí, Lerchundi, muy buenas. Y mejor no seguir recorriéndolas para arriba. ¡Eh, no te pongas así! ¡Con la imaginación, digo! No te lo tomes a mal. Sigamos. Te decía: nada tonto fuiste con esos pibes. Sabías que clavarían los ojos en la presa. ¡Y qué presa! ¡Qué bocadito de licor! No seas boludo, Lerchundi. ¿Qué tengo que ver yo en todo esto? Mis comentarios son los comentarios de un editor ayudando a construir las bases del cuento.
Continuemos. En esos tiempos estaban muy felices, vos aún no sabías de la actitud de Petra. Ella todavía no se reunía rutinariamente con aquel tipo en el tren. Después, tu amor por Petra terminó convertido en un ridículo papel. Eh, che, son los hechos. ¡No seas llorón! Mirá, si querés, narrá un atardecer quejumbroso que obligue al lector a sentir el dolor que pasaba por tu corazón.
Después, seguí el cuento detallando cómo tu amigo terminó en los brazos de Petra. ¡Cómo que te negás, Lerchundi! Nadie se enterará. ¡Ponele nombres ficticios a los personajes, y listo!
Y ahora, Lerchundi, buscale un buen remate. A Petra no le quedó más remedio que continuar al lado de su esposo. Por lástima, no por amor. Y yo espero. ¡Cómo, qué espero, Lerchundi! Espero que termines el cuento. ¿Qué otra cosa podría esperar?
Ah, me olvidaba: podés suicidarlo al personaje. ¡Querés algo más verosímil que eso!
Parece un buen final. Si, si…, suicidalo. Por ahí: ¡quién te dice que no sea lo mejor!
Así que, Lerchundi, hacé lo que tenés que hacer y no sigás jodiendo. Mirá, el lunes te espero con el cuento terminado. Y si no venís, no te preocupes: Petra lo trae. Sí, sí... me lo acerca tu esposa.
Ella sabe bien dónde encontrarme.
El autor:
Eduardo Poggi
2 comentarios:
Hola Eduardo,buenísimo tu relato.¡Flor de editor se buscó el pobre hombre!Éxitos.
Neli :)
Gracias, Nélida. Me alegra que te haya gustado.
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