Había una vez dos hermanas que vivían juntas.
Una tenía perro, la otra gata.
Ambas tenían un amigo que solía ir a visitarlas.
El amigo no tenía perro, ni gato, ni plantas, ni novia.
Aquel día la gata, de natural arisco y antisocial, se acercó hasta él gimiendo. Por primera vez dejó que la acariciase. Estaba como angustiada.
—¿Qué le pasa a ésta?
—Está en celo, la pobre. No para de sollozar.
Aquello lo afligió. Agarró a la gata y le acarició la panza.
—¿Por qué no la castráis?
—Si lo que queremos es que se la follen de una vez.
Y la gata se subió a los tejados a gritar. Era desgarrador.
El perro era dócil y algo pánfilo. Un perro madrero. Nunca se había interesado por el sexo.
El amigo lo llamó, pero el perro ni se inmutó.
—¿Qué le pasa a éste?
—¿Que no te lo he dicho? Se ha quedado sordo.
—¿Perdón?
—Me lo dijo el veterinario el otro día. Cosas de la edad.
—Ojú.
—A veces me busca y no oye que estoy en la ducha y se pone a llorar desconsolado.
Él le acarició con gesto triste las orejas al perro, que lo miraba con sus ojos ausentes.
Las hermanas se fueron un segundo a sus habitaciones. Él se quedó en el salón, pensativo.
Al rato fue a ver a una de ellas, que estaba algo mustia.
—¿Y a ti qué te pasa?
—Que estoy con la autoestima por los suelos.
—¿Y eso por qué?
—Un tipo con el que andaba yaciendo, que me ha llamado para decirme que no quiere seguir.
—Te jodes.
—Serás cabrón.
—La vida es muy dura.
—Dame un abrazo.
—Te voy a dar un pijote. Qué desastre de casa, estáis todos para el arrastre.
—La verdad es que sí. Mi hermana está fatal de la espalda.
—Voy a verla.
—Bonita tú. Que me he enterado de que te duele la espaldita.
—Pues sí, de tanto trabajar.
—Hártate de mierda.
—Serás becerro.
—De mierda pura, de mierda verde, de mierda con moscas.
Volvieron los tres al salón. La gata bajó de los tejados. No paraba de maullar. El perro le puso el hocico en el culo y ella se abrió de patas, complaciente.
Una de las hermanas se sentó al piano y tocó un poco de jazz. El amigo se puso a cantar. La otra hermana bailaba que daba gusto.
Compartieron unos whiskies y se prepararon para ir de fiesta.
Antes de salir él corrió al cuarto de baño. Desde hacía tiempo tenía problemas de flema. Se le subían grumos de moco como milanesas de ternera.
Estaba inclinado sobre el lavabo cuando oyó a las dos hermanas:
—Qué asco de tío, coño. ¿No podrías hacer menos ruido?
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Rafael Blanco Vázquez
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