—¡Pero qué gusto, mister Joyce! ¡Usted por el Cremcaffé de nuevo! ¿Nos hace el honor de sentarse con nosotros?
—¡Ítalo, qué gusto hombre! ¿Siguen haciendo esos famosos frappé? Por cierto, ¿te siguen conociendo como Ítalo?
—¡Pues claro, hombre (ambas cosas)! Y después lo seguimos con un café, claro.
—¡Ah, delicioso! ¿Quién es ese joven que está junto a la ventana? No lo recuerdo.
—En realidad, yo tampoco lo conozco ¿por qué la pregunta?
—Su cara me resulta familiar.
El joven escucha que alguien habló de él, se levanta y va hacia la mesa.
—¿Puedo sentarme? —Ante el asentimiento de todos, insistió—: ¿Alguien me conoce? —y acomodó la silla.
Todos se miraron. Joyce comentó que hacía tiempo que faltaba de Trieste, pero que cierta familiaridad había pescado en su cara. Los demás se quedaron poco menos que boquiabiertos.
—¿Usted no sabe quién es? —dijo Zeno, que no paraba de escribir.
El recién llegado no podía decirlo. Comentó
—Recién vino un niño, me dio estas violetas y me llamó Tadzio. Ése es un nombre polaco ¿no?
—¡De ahí lo conozco yo! —exclamó Zeno—. Recordé a su familia, en Venecia, en tiempos de la anterior epidemia de cólera, el año en que murió Eschenbach, lo recuerdan, ¿cierto? ¡Usted estuvo ahí! —dijo señalando a Tadzio.
—¡Imposible recordar! —exclamó el polaco.
—¡Pero sí, se llama Tadzio!
—¿Como Nuvolari? —preguntó Ítalo.
—¡Pero no, so tonto! Era un niño en aquel tiempo, con su madre y varias hermanas.
—¡Mis hermanas! —exclamó Tadzio—. Las recuerdo, las recuerdo. Mi madre, pobre madre. ¡Recuerdo!
En eso estaban cuando se acerca un joven y se presenta muy formal ante Joyce.
—Me llamo Murray Gell–Mann. Usted debe ser Mr. Mark.
—Mi nombre es Joyce. Soy poeta y novelista como acá Ítalo. ¿Usted es…?
—Estudio física, señor. Me parece que lo confundí con alguien…
—Ciertamente, ciertamente. ¿Por qué no se sienta y nos explica algo del mundo de la física?
—Muchas gracias, señores —dijo el joven físico mientras se sentaba.
—¿Desea un frappé, señor… Gell–Mann? —preguntó Tadzio.
—No; gracias, prefiero una cerveza.
Varios se acoplaron a esa elección, mientras gritaban:
—Tres jarras para Mr. Gell–Mann y sus nuevos amigos.
Joyce, inclinándose un poco le preguntó
—¿Usted me confundió con Mark?
—Así es, ¿lo conoce?
—No. Para nada —mintió el irlandés—. Háblenos de la física, Mr. Gell–Mann.
—Bueno. Para empezar a hablar de física, debemos hablar del espacio y del tiempo —comenzó, pero la cámara se aleja saliendo hacia la Plaza Goldoni, como siempre, atestada de gente para ese momento del verano.
El autor: Héctor Ranea
El autor: Héctor Ranea
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