Sacó del bolsillo de su chaqueta gris la moneda de la suerte, de su suerte. La tiró al aire y la recibió en la palma de la mano. Otra vez cara. Fácil si la moneda tiene dos caras, claro. Apretó el nudo de su corbata gris y ancló el pasacorbatas a su almidonada camisa blanca. Suspiró y se miró al espejo frunciendo el ceño. El pelo, perfectamente peinado, el traje sin una arruga, los gemelos de su camisa, brillantes como diamantes y los zapatos pulidos hasta el máximo, le hacían resultar un hombre algo más que atractivo, pudiente. Cogió el maletín apoyado junto a la puerta y salió a la calle. El tránsito de la gente, que se apartaba a su paso como las aguas ante Moisés, no le desvió ni un centímetro de su trayectoria en línea recta hacia la parada de taxis. No cogió el primero, un Seat Toledo algo viejo y bastante sucio, cogió el segundo, un Mercedes E250 recién salido del concesionario. Esto supuso la queja del primero en la parada, pero con una mirada inquisitiva le argumentó que no quería mancharse el traje y se montó. El taxista arrancó y el hombre del traje gris le indicó la dirección, una carrera larga, así que el conductor empezó a hablar, pero al no obtener respuesta hizo en silencio el resto del viaje. Le pagó con dos billetes de 20 y sin esperar el cambio se bajó del taxi sin despedirse.
Entró en el edificio de oficinas y el portero no le saludó, se dirigió al ascensor que lo llevaría a la planta 12. En el ascensor subieron otras personas, que hablaron entre ellas y que se bajaron en el mismo piso, por detrás de él claro, pues su puesto y sus formas temían los empleados. Pasó el dedo por el lector para marcar su hora de entrada y fue hacia su despacho. En el camino, su secretaria lo paró y le dijo: "Le ha llamado Tal para concretar la hora de la reunión. Debe ser hoy.". Tomó nota en su PDA y movió levemente la cabeza sin cambiar la expresión y se encerró en el despacho. Dentro del despacho escuchó el rumor de las voces de los empleados y escuchó palabras sueltas como asco, creído y basura y las asumió como propias porque sabía que la gente no le tragaba. Era un ser rígido, trabajador y justo en sus decisiones, pero también era antisocial y la falta de comprensión por los demás lo llevó a ser considerado un monstruo. Él tenía que ser tolerante con el resto, pese a sus defectos, mentirosos, engreídos, infieles, vagos, sucios, pero nadie era tolerante con él. Y siguió su vida siendo un antisocial de principios, tolerando a los demás pero sin ser tolerado.
1 comentario:
La culpa siempre es de los demás. Y encima, tienen prejuicios.
Muy buena valoración de la insensatez humana.
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