miércoles, 9 de noviembre de 2011

En la oficina del Consejo Regional – Sergio Gaut vel Hartman


—¡Gaut!
Me adelanté y poniendo las dos manos sobre el mostrador, dije: —Somos Gaut vel Hartman, señora, un terno oficializado por el Consejo.
—Yo solo veo a uno.
—Pues ve mal. Vel es el pequeño con una oreja de conejo y hocico de chancho meón.
—¿Y Hartman?
—Es el macho duro del final.
—O sea que tengo razón: solo usted es Gaut, en definitiva.
—No. Soy Gaut en provisoria. ¿De qué definitiva está hablando? Nada es definitivo, ¿no vio la película con Robert Redford?
—Nada es para siempre.
—Me da la razón, entonces.
—Es el nombre de la película.
—No vine a hablar de cine.
—Pero Franco de Terioro, el depredador de los cuerpos de más de sesenta, es definitivo, e irreversible.
—Lo conozco y lo combato con todas mis fuerzas. A él y a su amigo, el alemán cuyo nombre no recuerdo. Pero tampoco vine a hablar de gerontología.
—¿Y si no sabe a qué vino por qué no se deja de joder y se va a la mierda? —La empleada, gorda como el capricho que Fellini no se atrevió a filmar, fea como el culo llagado de un mandril y más perversa que Andrei Chikatilo, el Carnicero de Rostov, se rió tan obscenamente que no pude menos que meterle una bala de 9 mm en la frente. Por fortuna siempre llevo mi fiable Walther PPK en el bolsillo, por las dudas, ya se sabe. La obesa burócrata cayó hacia atrás mientras gran parte de los fluidos de su humanidad se asperjaban en todas direcciones. Una empleada mucho más delgada y simpática la reemplazó enseguida, al tiempo que una cuadrilla de mantenimiento limpiaba las paredes salpicadas.
—Sergio Gaut vel Hartman —dijo sin vacilar—. Veo que han venido todos. —Sonrió.
—Aprende rápido —respondí.
—Sed lex, dura lex.
—Coincido. Por pensar de otro modo su amiga ya no cuenta el cuento.
—No era mi amiga, pero igual pregunto: ¿de qué cuento me está hablando?
—De este.
—¿Esto es un cuento?
—Sí, y usted acaba de convertirse en la heroína del mismo.
—Ay, señor, qué honor…
—Sí, ¿verdad? Este terno la saluda. —Hice (hicimos) una graciosa reverencia.
—¿Y ahora?
—Ahora viene la parte de sexo, pero eso no lo escribiré. Que los lectores imaginen lo que quieran.

Sobre el autor: Sergio Gaut vel Hartman

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