sábado, 19 de noviembre de 2011

Elvis sigue vivo - Xavier Blanco


No me preguntéis la fecha exacta; yo tendría ocho o nueve años cuando ocurrió por primera vez. Una motocicleta arrolló a mi perrita. Pensé en ella una y mil veces; la imaginé en el limbo. Sin saber cómo, después de muerta apareció en mi cama, corría por casa, y dormía en el sillón de papá. Sólo la percibía yo. "Poderes sobrenaturales", pensé. "Cosas del demonio", decía la abuela.
-Rafa, que el niño habla solo, dice que hay un perro.
–Tonterías de chaval abuela.
-Este niño no es normal, se le ve en la mirada. Está poseído por el maligno.
Pasaron unos cuantos años hasta la segunda aparición; era un día gris, de esos tontos en los que nunca pasa nada. Regresaba a casa y me saludó el espectro de tío Juan. Yo era demasiado pequeño cuando murió, apenas lo conocía, pero en la familia todos sabían que era un loco. Me crucé con él en el andén del metro. Se empezó a reír como un chiflado, no paró de perseguirme por todo el vagón. Por suerte siempre he sido un "Juan sin miedo", pero esa primera aparición me impresionó. Yo tendría veinte años. La cosa no quedó ahí, eso sólo fue el principio Una madrugada de sábado me di de bruces con el abuelo Jacinto. Me fue fácil reconocerlo, por las viejas fotos color ámbar que corrían por casa. Manco, destrozado, la cara ensangrentada, las vísceras colgando entre los pantalones, había fallecido –una noche de Fin de Año- en un accidente de tráfico: era un zombi cualquiera. Ataviado con un sombrero de fiesta, unas guirnaldas multicolores y lanzando confetis por todo el vagón. Había escuchado a la abuela, mas de una vez, lamentarse apesadumbrada: “Mi Jacinto, en paz descanse, buen hombre, pero era un fiestero, un bala perdida”. Ni siquiera la muerte había conseguido redimirlo. Nos lo pasamos pipa. Normal, uno siempre añora a su abuelo.
Todo fue empezar y no parar, siempre en el metro. El subsuelo es el mejor hábitat para las almas del purgatorio, terreno abonado. Sucumbí a ese canto de sirenas, a esos túneles negros, infinitos, que se bifurcan una y otra vez hacia ninguna parte, poblados de cadáveres en rebeldía. Al principio no controlaba esos poderes. Interfectos que aparecían y desaparecían por arte de magia. Todo el álbum familiar desfiló ante mis ojos: mutilados de guerra, pomposas damas decimonónicas, bisabuelos anarquistas, nodrizas pechugonas, indianos que hicieron las Américas, veteranos de la Guerra de Cuba… Esos andenes se convirtieron en una máquina del tiempo imposible, en una verbena permanente.
Conocí mujeres, pero ninguna entendió mi especial sensibilidad, mi afición a los temas del mas allá. Y lo que empezó como un juego, me acabó cautivando. Dejé el trabajo; lo dejé todo para entregarme, sin contemplaciones, a este vicio de los difuntos. Me paso los días, las semanas, recorriendo andenes y vagones con desesperación, buscando almas perdidas, espíritus taciturnos, penitentes de la vida, cofrades de la expiración, con los que compartir unas risas, un pitillo, unas reflexiones. No puede existir vida mas placentera. Poco a poco empecé a controlar esas apariciones, ampliando así la galería de fantasmas. Mis pretensiones son órdenes divinas. Ya no puedo parar. Los domingos de partido, transito por la estación cercana al Estadio departiendo con viejas glorias del balón. Así fue como conocí a Kubala. Los días de estreno, en la parada de Opera, desfilan ostentosas mezzosopranos y altivos tenores. Nada comparable con las fiestas que acaecen los fines de semana en la estación cercana a la zona de los Teatros, repletas de viejas glorias del” Music Hall”: mujeres de vida disoluta, hampones sin corazón, trapecistas sin red, saltimbanquis de la vida, domadores de sueños, aprendices de nada…. Todo un elenco de estrellas que nunca lo fueron. Cuántas cosas te enseña la vida…
Perdonad, no me he presentado. Algunos me conocéis: soy ese caballerete taciturno, de pelo ralo, barba canosa y traje gris raído, que arrastra su carrito por la Estación Central. Duermo en la calle esperando que me despierte el alba, soñando la hora de apertura de los andenes, para entregarme sin mesura a esta danza de esqueletos. Así una jornada tras otra. Llevo meses pensando en Elvis, pero nada, no aparece, cosa que confirma que el de Memphis sigue vivo.

© Xavier Blanco 2011.
Tomado del blog Caleidoscopio

6 comentarios:

Miguel Ángel Pegarz dijo...

Y al final, lo importante es encontrar la felicidad, sean cual sean las circunstancias, y aunque nadie lo entienda. Me encantó.

Unknown dijo...

Guauuuuuu Xavier
Un mendigo (aunque no simple ni pobre)tiene la prueba que tanto melancólico de los tiempos idos anda buscando.

Bravo!!!!!

XAVIER BLANCO dijo...

Cybrghost, Patricia, gracias por el comentario. Si un mendigo, el tipo mas fácil de la vida, siga ahí correteando por los andenes y explicando esas historias. Lo de Elvis se veía venir, y este sujeto me lo ha confirmado. Si hay novedades no dudaré en comunicarlas.
Un abrazo

Rafael Blanco Vázquez dijo...

La cantidad de cosas que pasan en tan poco espacio. Un cuento hermosísimo.

Mar Horno dijo...

Ya lo había leído pero en esta segunda lectura me ha gustado aún más. No me cabe la menor duda de que Elvis está vivo. Preciosos relato. Estás en todas partes. Qué placer leerte, sea donde sea. Uns saludo.

Cristina dijo...

Cierto, este también lo había leido. Intento estar al día en el blog de Xavier, porque si me descuido me pierdo muchas cosas. Xavier, ya me explicarás cómo se participa aquí, si hay algún tema o cómo va esto, que igual me animo. Me estás animando mucho a escribir, muchas gracias!

Besos!
Quejica
http://soyquejica.blogspot.com