Cada vez que tiraba del cordón de uno de sus zapatos, Felipe se elevaba veinte centímetros. Los primeros tirones sólo le llevaron sobre los arbustos del jardín, pero de pronto se encontró frente a frente con el gavilán que acechaba a los pollos desde la rama más alta del cedro. Entonces se asustó. Miró hacia abajo, y ya estaba a unos cinco metros sobre el techo de su casa. Imaginó a su madre buscándolo, yendo de una a otra habitación con el cuaderno en la mano, diciendo: “¿Hiciste tus deberes?”. Y no pudo dejar de reír con esa idea, que le hizo olvidar el miedo. Se dio cuenta de que podía controlar la dirección del ascenso tirando más o menos del cordón izquierdo o el derecho, y esto le dio algo de seguridad. Estuvo practicando en ello hasta que de pronto se vio envuelto en una neblina espesa que no le permitía ver. Sólo cuando estuvo sobre ella comprendió que se trataba de una nube. Las montañas eran como islas en un mar de nubes, y Felipe seguía subiendo. Le costaba respirar, y tenía mucho frío. Más frío que aquella vez que nevó sobre su casa, mucho más. Y continuaba, más y más arriba. Aunque dejaba de tirar de los cordones, no paraba de ascender, un niño solitario en un cielo cada vez más oscuro, con un fondo de estrellas más brillantes que todas las luces de la ciudad. No supo cuántas horas o días estuvo viajando de esa forma, hasta que comenzó a acercarse a una luz blanca muy potente, como un gran farol. El gran círculo blanco crecía y llenaba todo el espacio, y de pronto sintió que caía velozmente hacia otra tierra, rodeado de colinas oscuras de bordes puntiagudos. Comprendió que debía tirar de sus cordones con fuerza para disminuir la velocidad de la caída, y es así como Felipe llegó a la superficie de la luna, en el centro del Mar de la Tranquilidad. Y allí lo encontró David Scott, por lo que propuso cambiar el nombre del lugar a “Mar de Felipe”. Pero esa es otra historia.
Acerca del autor:
Christian Lisboa
1 comentario:
¡Que delicia de inocencia!
Me encantó vuestro relato.
Saludos
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