domingo, 10 de julio de 2011

Un fuerte olor a podrido - Mónica Ortelli & Sergio Gaut vel Hartman


Es terrible no sentirse limpio, se dijo. Lo obsesionaban todas las cosas que podían convertirlo en un ser inmundo: las bacterias, las liendres, los nanoseres microscópicos que las compañías de alimentos siembran en las viandas para controlar a las personas desde el comienzo de la liberalización productiva. Soy un descuidado montón de piezas indebidamente esterilizadas, casi cien kilos de materia contaminada; una criatura febril y sucia al mismo tiempo, repitió en voz alta, como si el escucharse fuera a calmar esa desmedida angustia que le oprimía el pecho. Pero era inútil. Era un fóbico. La banda azul que tenía tatuada en la muñeca lo dictaminaba y todos lo consideraban peligroso. Su metabolismo segregaba una finísima aspersión que contagiaba al resto en los momentos críticos. Nadie quería un fóbico cerca, sobre todo cuando estaban en medio del proceso de destazamiento -era una tarea minuciosa-; él lo sabía y trataba de controlarse, aunque a veces le resultaba difícil cuando algún cadáver se movía por efecto de los gases o de las contracciones musculares. Que el hombre se alimente del hombre es una comunión, se consolaba en esos momentos.

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