sábado, 2 de julio de 2011

La llama de la pasión - Javier López


Habíamos alquilado la suite nupcial del Hotel Ambassador. Una habitación espaciosa en colores cálidos, decoración e iluminación adecuada a la ocasión, provista de una música suave y envolvente y todo lujo de detalles.
Hacíamos el amor por primera vez. Ella era la mujer de mis sueños y entre nosotros surgió la pasión más desmedida tras apenas unas horas de conocernos. Así que quisimos celebrarlo sin mirarnos en gastos.
Nunca imaginé que se pudiera pasar de la mayor placidez, felicidad, compenetración de cuerpos y almas y complicidad en la intimidad de nuestra suite, a una situación que nos dejó aterrorizados, confundidos, dañados y lesionados. Todo ello, además, en cuestión de segundos.
Los cristales fueron lo primero en destrozarse. En principio, aunque me quedé tan helado que mi mente carecía de toda lucidez, pensé en una unidad de asalto anti-terrorista que hubiera errado su objetivo. Eran hombres altos y fuertes, vestidos de uniforme y en actitud de disparar, haciendo trizas los ventanales —supuse que se habían descolgado por la azotea y entraron atravesándolos— y derribando simultáneamente la puerta a golpes de ariete. Cuando levanté las manos para mostrar mi actitud no agresiva, recibí el primer disparo: una ráfaga de espuma que me hizo caer hacia atrás, aplastando a la mujer a la que instantes antes acariciaba. Pronto las demás mangueras se pusieron en acción, casi ahogándonos entre litros de líquido que se metieron en nuestros ojos, gargantas y fosas nasales.
Una hora después nos encontrábamos en la cafetería del hotel, acurrucados con una manta, helados de frío y con un montón de personas a nuestro alrededor pidiéndonos disculpas y ofreciéndonos lo inimaginable para que no denunciáramos al hotel: vacaciones con todos los gastos pagados, cruceros, semanas gratuitas de estancia en la mejor habitación del hotel... Pero ya no estábamos para bromas y pedimos que nos dejaran solos, que ya pensaríamos qué hacer más tarde.
El jefe de bomberos también vino a pedirnos disculpas. Al parecer, el detector de humos de nuestra suite había saltado accidentalmente.
Pese a todo, mi mente de escritor intentó sacarle partido a ese incidente. No podía desaprovechar una propuesta de escribir relatos sobre profesiones raras sin contar esto que ahora recuerdo como una desafortunada anécdota. Porque estaba claro: la profesión de aquellos hombres de uniforme no era otra que la de extinguir incendios provocados por la llama de la pasión.

Javier López

4 comentarios:

gabrielabaade dijo...

Pasional.

Rosa dijo...

Jajaja....Hay pasiones que arrasan...

Saludos desde el aire

Ada Inés Lerner dijo...

Javier,¿casado? ¿soltero? No importa. Con ese fuego quien se fija en la chimenea!!

Javier López dijo...

Gracias a todas por los comentarios.
Divorciado, emparejado... como dices, no importa, Ada. Es la imaginación la que echa chispas en ocasiones.
Salu2 a las 3.