lunes, 4 de julio de 2011

El poder de la risa de Malena - Fernando Puga



Se ríe, ¡y cómo! A carcajadas. Es contagiosa la risa de Malena. No canta como ninguna, pero ¡ríe de un modo! Luciérnagas húmedas que flotan y se desprenden de su boca, resbalan y contagian. Curiosa la risa de Malena. Estalla repentina como chispa fresca y todo alrededor es un mar sacudido por tibias ráfagas que levantan vuelo entre las agitadas aguas y se vuelcan hasta inundar la desértica vida cotidiana.
Renace el día; es otro después de la risa de Malena. Yo que venía por la vereda con la frente apuntando a las baldosas, rumiando el fracaso de haberte despedido en el andén, gris por el humo que ensordeció tu partida y no le permitió a mis ojos acompañarte hasta detrás de la última loma, arriba de ese tren de frío metal desaprensivo que te arranca de mí que vuelvo a paso lento a esa casa donde juntos erigimos un castillo inexpugnable entre tantas arenas movedizas y se traga sin prisa la ilusión de eternidad.
Y de pronto esa risa. Esos cascabeles luminosos que saltan de la garganta de Malena y revolotean hasta lavarme del lado de adentro, tenderme al sol y reavivar con sus manos la árida planicie de mi piel, sin quemarla –tan vieja está de haberte amado tanto.
La puerta se abre sola al sentir mis pasos acercarse por el breve sendero de granza que la une a la reja de la calle. La reja que pusimos, asustados por el opresivo ambiente circundante. Nos refugiamos y nos bastábamos el uno al otro, ¿te acordás? Hasta que ¡maldita sea!, tuviste que abrir ese cajón, ver esas fotos, preguntar.
¿Y qué podía hacer yo? La verdad dolió como una cachetada en pleno rostro y te fuiste. ¡Cuánto hablé, sin despegarme, para intentar convencerte! Aun sabiendo que no había remedio, que la herida ya no dejaría de sangrar, que no había retorno desde ese oscuro túnel al que te empujé, desprevenida. No tenías defensas para esa impúdica traición y no entendiste que el pasado fue ceniza en el mismo momento en que abriste el cajón de la mesa de luz.
No hubo forma de retenerte. Atravesaste paredes, volaste por la calle hasta la estación, trepaste al vagón y creí que mi vida se iba con vos en esa flecha que ensordeció la mañana trasparente.
Y ahora, después de la irrupción de esa efervescencia de campanas que me recibe tras la puerta, parece tan remota tu mueca de dolor, tu fuga urgida. En la casa persiste la risa de Malena, algo que no pudiste llevar en tu equipaje.

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