A un hombre se le concedió un oscuro don: por cada mentira que dijera, se le iba a caer un pelo de la cabeza. Digo que es un don porque estaba frente a la posibilidad de convertirse en una persona honesta.
Pero no fue así. La situación le pareció cómica y nuestro hombre fue tan mentiroso como siempre. Pasado un poco más de un año, la antigua cabellera devino en curva calvicie. No obstante, dado que su vida estaba armada sobre mentiras, prosiguió en su costumbre, creyendo que ya nada iba a ocurrirle. Se equivocó: en esta segunda etapa, pequeños trozos de cuero cabelludo fueron abandonando su cabeza. Más tarde siguieron los pómulos y el mentón.
Ahora no puede salir a la calle. Es una calavera viviente. Cuando lo llama algún pariente, dice que está todo bien, que su vida marcha de maravillas, que algún día se reunirá con todos. Miente. Ha perdido hasta el último milímetro de encía.
Por supuesto, los prodigios de la computación le permiten trabajar en su departamento y las especulaciones bursátiles no dejan de incrementarle la riqueza. Con horror comprueba que ahora las manos empiezan a descascarse.
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