La niebla envolvía las calles del pueblo. Todos sabían que, cuando este fenómeno sucedía, no debían salir de sus casas, ni siquiera a los patios o a los jardines. María dejó el libro que estaba leyendo y fue a buscar algo para tomar. Su corazón dio un vuelco cuando vio la puerta que daba al jardín trasero abierta de par en par y a su pequeño hijo jugando en el pasto. Corrió, sin pensar en las recomendaciones, a abrazar a su bebé y, cuando llegó a su lado, éste se desvaneció en el aire, con una sonrisa en la cara y la mirada alegre y serena. Ella volvió a su sillón y, en lugar del libro, tomó un porta retratos en el que se hallaba la foto de un niño.
La niebla desapareció a la tarde y María caminó despacio hasta el cementerio. Se acercó a una pequeña tumba, dejó unas flores junto a la lápida y miró a su alrededor. Estaba lleno de gente con flores en las manos, con miradas perdidas, con la tristeza a flor de piel.
1 comentario:
Cómo transformar un relato de terror en ternura y nostalgia. Así resumiría tu relato. Me gustó mucho.
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