Ocurrió hace más de cincuenta años.
En su vida perdió otras cosas: el reloj de su padre, la medallita milagrosa que le dejó su madre, pero que antes había sido de su abuela. Perdió dos maridos: Manuel, que cayó bajo las ruedas del tren y Bienvenido, que se fue con la muchachita que trabajaba en el almacén de los alemanes. Perdió el título de la bóveda de la familia en el Cementerio Mayor; y luego lo encontró en una caja arrumbada en el altillo, pero ya era tarde, porque al finado lo enterraron en el pueblito. Cada vez que perdió sus llaves, sus documentos, el pasaje de colectivo para ir a visitar la tumba, la libretita donde está anotado el número de teléfono de la Jacinta; cada vez le pareció estar buscándola, como a un objeto querido, como a una reliquia.
Aún la busca.
Recuerda que al principio intuía saber dónde podía haber quedado, pero los años confunden lugares, caras y escenas.
La abuela Chola le decía, de niña, “Si buscás otra cosa, seguro va a aparecer”; sin embargo, no.
Pucha. A esta altura ya ni se acuerda como era.
1 comentario:
Profundo y con una cuota de humor
me encanto
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