domingo, 15 de mayo de 2011

En el médico — Rafael Blanco Vázquez


—Caballero. Tiene usted sida.
—¿Está seguro, doctor?
—Los análisis no dejan lugar a dudas.
—Pero eso cómo va a ser, si yo soy virgen.
—Debe de ser el estrés.
—Ah, claro.
—Veamos. ¿Está usted muy estresado últimamente?
—La verdad es que no. Yo vivo de puta madre.
—Ése es el peor estrés, el estrés inconsciente.
—No me lo puedo creer. ¿Y ahora cómo le digo yo esto a mi gato?
—Lo lamento mucho, señor Suárez.
—Yo no soy el señor Suárez.
—¿Ah no?
—Mi documento no deja lugar a dudas. Yo soy el señor Mansilla.
—Uy qué error más tonto. Es que llevo unos días que ni le cuento. ¿Tiene usted hijos?
—No.
—Qué suerte. Quién pudiera. Los hijos sólo dan estrés. Veamos pues los análisis del señor Mansilla. A ver por dónde andan. Aquí están.
—Soy todo oídos.
—Señor Mansilla. Lo que usted tiene es un cáncer como la copa de un pino.
—Pues me viene fatal en estos momentos. ¿Y cáncer de qué?
—De pulmón. ¿Fuma usted?
—No.
—Debe de ser el estrés. ¿Tiene usted hijos?
—No.
—Pues debería. Los hijos son la sal de la vida.
—Es que yo soy de tensión alta.
—Está bien, le perdono.
—Gracias.
—Volviendo a su cáncer, algunos sostienen que es algo que se suele heredar. ¿Hay en su familia antecedentes de estrés?
—Mi madre era bastante nerviosa.
—Ya está. No me diga más.
—Pero mi madre nunca tuvo cáncer.
—Le he dicho que no me diga más. No tengo toda la tarde y sí una fila de pacientes esperando. Un beso a sus hijos de mi parte.
—Adiós, doctor.
—Siguiente. Hombre, señor González. ¿Qué le trae por aquí?
—Creo que me he roto un brazo.
—Debe de ser el estrés.
—¿Usted cree?
—A ver que yo vea ese brazo. Pues sí que está roto, sí.
—Que me he caído, doctor, esta mañana al salir de casa. Iba yo tan tranquilo, pasaron dos tipos corriendo, me empujaron y ya ve.
—Si es que hay mucho estrés en esta vida. En fin. Usted no se preocupe y tómese estos comprimidos.
—¿Y no me escayola el brazo?
—¿Usted no se estará estresando?
—Yo no.
—Que no me entere yo. Adiós, señor González
—Adiós, doctor.
—Enfermera.
—Sí, doctor.
—Queda usted despedida.
—¿Pero qué he hecho, doctor?
—Estoy harto de que sólo me envíe gente enferma. ¿Qué se ha creído que es esto?
—Pero doctor.
—Ni doctor ni hostias. Quítese de mi vista. A ver si mi mujer contesta al teléfono.
—Sí.
—Querida. ¿Qué hay para cenar esta noche?
—Esta noche como siempre. Sopita caliente, un cachete en los cojoncillos y a la cama.
—Así me gusta.
—Ya sabes que yo por darte gusto a ti, cariñito.
—Salgo para allá. Un beso, linda.
—Un beso, amor.


Acerca del autor:
Rafael Blanco Vázquez

1 comentario:

Javier López dijo...

Si Groucho Marx va al médico, no la lía más gorda.
Muy divertido, me gustó.