Se había prometido ese grito desgarrado... rojo, saturado, en la soledad del mundo o en la compañía de la nada. No era bronca, ni odio, ni siquiera un perdón. Era eso, un grito desgarrado. Se vistió sin darse cuenta y salió a la calle intentando perderse. Los demás lo advertirían, lo señalarían con indiferencia y lo matarían con sesgos de vida. Acomodó una sonrisa para confundir pero eso lo delataba. El desgarro no se emparcha, pensó. Perdió la cuenta de lo caminado y eso lo motivó. Tanto, que siguió perdiendo la cuenta. Preguntó por calles inexistentes para poder seguir preguntando, simular una búsqueda, pero también para asegurarse de seguir estando perdido. Frente a una vidriera donde se apoyaba el sol, materializando un espejo turbio, se miró y creyó ver una sonrisa. La desconfianza lo hizo retroceder para volver a echar un vistazo pues, no era la suya. ¡No te entiendo! le dijo en voz alta a ese rictus de vidrio, intentando tomar distancia. Aceleró el paso para escapar de esa imagen que se le volvía siniestra. Cantó una canción que abominaba para no reconocerse. Buscó sin fortuna espejos en las vidrieras. Siguió caminando y en una plaza se apoyó en el tronco de un árbol caído. Algunos creen haber escuchado un: ¡no!
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Hace 2 meses.
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