miércoles, 2 de marzo de 2011

A vos no te gustaba el blues – Hernán Dardes


Lo de la ropa era previsible. Lo curioso era esa forma desordenada y desprolija de hundirla en el bolso. Sin orden ni dobleces, empujando con fuerza para que el espacio se duplique. Pero algunos adornos…, juraba que ibas a destrozarlos cuando tus manos se aferraron a la escoba. Tus manos. Reconocía la tensión salvaje en esos dedos largos y filosos; mi espalda podía dar cuenta de eso. Pero no, esta vez no. Apenas una muestra más de tu manía por barrer esos vidrios, de los que de todas maneras alguien se iba a ocupar en algún momento. La sorpresa mayor era verte poseída por esa turbación agitada y no oírte respirar. ¿En verdad estabas respirando?
Un rato antes, extrañamente te habías arrimado al equipo y elegido la música. El primer acorde coincidió con un gesto extremadamente cruel dibujado en tu boca, mientras la elección y el volumen me tomaban por sorpresa. Elegí quedarme con esa como última imagen tuya. O fuiste vos la que tomó esa decisión? Recordaba al detalle la disputa de esa tarde; me recuerdo ciego e inflexible hasta lo irrazonable. Ya no importaba discernir nada, discutía por un orgullo del que yo mismo empezaba a descreer. Tal vez a vos te pasaba lo mismo, pero a esa altura había dejado de importarme. Tanto como ese final que alguna vez había imaginado en el sentido inverso.
Sabías que seguía allí; hiciste bien en ignorarme. Más de una vez me figuré el día de tu partida, pero nunca la sospeché tan minuciosa. Pude señalarte tres o cuatro cosas que estabas olvidando, pero me di cuenta que solo bastaba pensarlas para que automáticamente vos las recogieras. Un cepillo de dientes, el reloj, esos zapatos, el colgante con tu nombre grabado. Tus tropiezos me demostraban que ya no pertenecías al lugar. No reconocías puertas, alfombras, muebles. Todo se interponía entre tu bolso y la puerta.
Desde mi rigidez esperaba que dieras un paso en falso. Pero en esa despedida final me revelaste una astucia desconocida. Cuando cerraste el bolso, la veloz mirada que recorrió la habitación tuvo la precisión de un lince. Los últimos cajones vacíos se cerraron a las patadas. Estuviste a punto de tomar de la botella el último trago de whisky y te reprendiste la debilidad con una palmada en la frente. Percibí tus pasos apurados acercándose hacia lo que yo era todavía. Pude sentir el desprecio al agacharte y la aspereza de la empuñadura del revolver que acomodabas en mi mano aún tibia. Sentí el hielo de una mirada que había decidido no volverse. Alcancé a ver tus pies desnudos pasando sobre mi rostro impávido y la forma meticulosa con que repasabas el picaporte antes de esfumarte para siempre. Los hermanos Vaughan sonaban a todo volumen, y a vos no te gustaba el blues.

Tomado de: http://hernandardes.blogspot.com/

1 comentario:

El Titán dijo...

muy buen cuento che...saludos!!