miércoles, 16 de marzo de 2011

Fantasía oscura III - Cristian Mitelman


El hombre que va a entrar en aquella casa no sabe que está destinado a morir. Facilitarán no poco las acciones estos olmos sombríos y el hecho de que no me conozca. Sé que se encuentra secretamente eufórico porque ha obtenido algo por lo que yo he trabajado durante años. Quiéralo o no, esto lo hace culpable a mis ojos.
Calculo que ya debe estar en la escalera mecánica que lo eleva del subte a la superficie.
Ha comenzado a llover. Mejor: la gente tiende a recluirse cuando hay mal tiempo.
Los pasos de mis acciones son sencillos: tengo que dejarlo pasar y luego, mientras se detiene en el solitario portón de la casa, apuntar a la nuca. (Nadie va a recibirlo a estas horas, pero sé que él recibirá a alguien más tarde. Esto lo hace culpable a mis ojos.)
Son sus pasos… ¡He aprendido a reconocerlos entre un millón de pisadas distintas!
Dispongo de unos segundos. (Se ha levantado la solapa del impermeable, lo que hace más imprecisa su imagen.)
La lluvia torna mis manos insoportablemente resbaladizas; los goterones me ciegan los ojos.
Se me escurre el arma. Cae. El fogonazo se mezcla con un trueno.
¿Qué dirán los diarios de mañana? ¿Hablarán de un extraño suicidio bajo los olmos, cuando la tormenta comenzaba a desdibujar la ciudad?

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