viernes, 18 de marzo de 2011

El Tirano - Daniel Frini


La dictadura del Generalísimo es terrible, y quizá el adjetivo no refleja el horror. Claro está, el Tirano se cuida muy bien de que se conozcan sus atrocidades. Es común leer en los diarios acerca de los contingentes de prisioneros enviados a colaborar en la cosecha de algodón, para paliar el hambre de nuestros hermanos del Norte, o a prestar ayuda en las minas de carbón para dar calor a los pobres del Sur; pero lo cierto, aunque no lo creas —sin embargo, quizá te hayan llegado rumores—, es que no hay tal cosa. Ni campos de algodón, ni minas de carbón. Los prisioneros y disidentes han sido eliminados.
La Guerra en La Montaña también es dudosa. Aunque el Tirano se cansa de aparecer en los televisores, en maratónicas arengas, declamando los éxitos de los valientes soldados de la Patria; te habrán llegado noticias acerca de los discursos del Dictador del Otro Lado, que son exactamente iguales a los del Generalísimo. Creemos que la mentira de la Guerra es conveniente a los dos y justifica la muerte, en batallas inventadas, de quienes no piensan igual al Tirano acá o al Dictador allá.
Y aunque no lo creas, tampoco ha habido Peste. La muerte de miles de personas en la Llanura no ha sido culpa de ninguna enfermedad. ¿No te parece curioso que no haya muerto ningún médico cercano al gobierno ayudando a los enfermos? Piénsalo un poco. Te lo aseguramos, desde la capital no ha salido ninguno de los doctores muertos como héroes; todos han sido eliminados acá, por oponerse al Tirano. Además, la Peste es la mejor explicación para la creación de las Fronteras Internas ¿A quién se le ocurriría marchar adonde lo espera una muerte segura? Pues bien, tenemos fundadas razones para suponer que la Llanura no ha sido azotada por ninguna enfermedad, pero sí ha habido una insurrección en contra del Tirano y no se han escatimado esfuerzos para acallarla; aunque esto supusiera la eliminación de todos los habitantes de la provincia.
Estarás diciendo como yo cuando tuve las primeras noticias: ¡no puede ser! ¡el Generalísimo no parece tan malo, si hasta tiene cara de bonachón y campechano! ¡no pueden matarse tantas personas sin que nadie se entere ni diga nada! Pues bien, debes creernos. Los crímenes del Tirano son monstruosos, repugnantes y bárbaros. Y no debes engañarte por las imágenes que lo muestran jugando con sus nietos, o compartiendo una copa de vino con los obreros de la Fábrica. El tirano es cruel, sanguinario e implacable; y no admite, ni soporta, la oposición.
Pero donde el Generalísimo se ha mostrado más sutil y taimado ha sido, justamente, en la orquestación de las campañas para eliminar los brotes de futuros actos de disidencia. Y como es sabido, la disidencia empieza cuando el hombre puede pensar. Y esto ocurre cuando tiene las herramientas, es decir, las Artes.
En un primer momento, el Tirano impuso la Censura, pero se dio cuenta, pronto, que ésta no era más que un dique lleno de agujeros, y muy costoso de mantener en pie. Decidió, entonces, que la Censura sería obsoleta, si no hubiese nada para censurar. En algún punto resolvió que no era factible deshacerse de los artistas, —actores, poetas, músicos, pintores, bailarines, escritores—, aunque más no fuera por razones técnicas; pero sí era perfectamente posible eliminar a quienes los inspiraban. Para su mente afiebrada, su lógica era impecable: sin inspiración no hay artes, sin artes no hay artistas; sin artistas, no es necesaria la Censura.
Así fue que decidió matar a las Musas.

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