—Díganos —dijo el Juez —cómo se declara, señora.
—No soy culpable pero todo sigue mostrando que seré inocente —dijo la mujer de Heráclito Guridez, alias Heráclito, doña Heracleia Yáñez.
—Mejor lo sintetizo en que se declara inocente, Señoría —dijo el abogado de la mujer levantándose como si fuera un resorte. Y a ella: —¡No trate de embarrar más su situación, Heracleia, por favor!
Ella estaba incómoda. Todo era un malentendido pero ya estaba en el baile y había que seguir bailando.
—Me parece —anunció el Fiscal, con sorna —que la señora acusada sigue enredada en su mar de incertidumbres filosóficas.
—Perdón —contestó la aludida ante el espanto del abogado —no es incertidumbre, al contrario. Son mis certezas las que parece que me están condenando.
El Juez intervino raudamente:
—Señora, no le permito. Usted no ha sido condenada. Está siendo juzgada. Haga lo posible por defenderse —y al abogado: —Señor, trate de aconsejarle correctamente que siga sus instrucciones.
El abogado, evidentemente incómodo, se sonrojó y miró con encono a la acusada.
Tomó la palabra el Fiscal y citó la comparecencia de Heráclito.
—¿Qué entiende de las declaraciones de su mujer?
—Entiendo que a ella le surgen algunas convicciones que parten de la idea de que en el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos —contestó.
—¿Me puede explicar eso que parece un contrasentido?
—El río no es el mismo, nosotros tampoco. El río ha cambiado de instante a instante, nosotros también. Esto hace que un encuentro sea irrepetible.
—Y ¡gracias a Dios por eso! —Enfatizó Heracleia sin vergüenza. —El Juez la llamó al orden mientras el abogado intentaba taparle la boca y la suegra de Heráclito, al grito de:
—¡Se ríe de los ancianos! ¡Mete entre ella y mi hijo un instrumento de viento en potencia! ¡Anatema, anatema! —Y el Juez:
—¡Viejos son los trapos, señora, más respeto por mi investidura o la mando echar!
—Creo que vivir más de una vez alguna circunstancia, visitar dos veces el mismo lugar, mirar dos veces la misma foto, debe ser traumático —comentó en voz baja, pero el Juez la escuchó y le pidió que se callase o debería echarla de la sala. El abogado pidió clemencia, por lo que continuaron, pero con la exigencia de que sólo hablara cuando fuera interrogada.
—¿Entonces qué piensa de lo que ha dicho su mujer? —preguntó el Fiscal luego de que pasara el tumulto.
—Es difícil saber lo que piensa una persona, porque cada vez que se interroga un pensamiento surge la duda de que la persona preguntada no es la misma que ha sido interrogada.
La acusada tosió con alarde de presencia.
El interrogado hesitó un instante. Se corrigió diciendo:
—Bueno. La persona como concepto es difícil de definir, pero aún así la misma persona a su vez es la interrogada y no lo es. Es la misma pero no lo es.
—Trate por todos los medios de ser más didáctico, si se quiere —dijo el abogado defensor. —La verdad que me cuesta entenderle, señor. Para los que entendemos el tiempo con Parménides, usted está enunciando un sofisma, así que si quiere explicarlo mejor, tal vez nos ayude… a todos —miró hacia la acusada.
—¡Me opongo terminantemente! —gritó el Fiscal —La parte demandada está exigiendo que el demandante deponga su actitud. La fiscalía no tiene que repetir tantas veces que esto es una cuestión que excede lo privado, Señoría. Esta actitud irresponsable de la señora de Guridez puede traer desorden social, inseguridad filosófica.
—¡Usted no posee la lógica necesaria para comprenderme! —gritó Heracleia desgañitándose, cosa que puso a su abogado tan fuera de sí que casi se desdobla. El Juez, a todo esto, no pegaba más con el mallete sino directamente con sus muletas. Rojo de rabia, no acertaba a encontrar la manera de echar a esa mujer tozuda.
Volvió a reconvenirla, pero ella seguía sosteniendo que, sin tener idea de filosofía clásica y mucho menos moderna, el Fiscal no podía proseguir con esta demanda.
—Ni qué intentar repetirle el aforismo 7 de Wittgenstein —replicó Heracleia —no lo entendería. ¡Energúmeno!
—¡Modere su lenguaje! —espetó el Juez.
—¡No siga embarrándola, por favor, Heracleia! —rogaba el abogado ya queriéndose disfrazar de fraile dominico.
—¿Acaso podría usted decírnoslo, repetirle a la Corte esa proposición? —dijo con sorna el Fiscal. Y ella:
—Whereof one cannot speak, thereof one must be silent.
La sala quedó en silencio. El Juez llamó al Fiscal y al abogado de Heracleia.
—¿Me puede alguien explicar por qué tenemos este caso acá? —pareció recapacitar.
—¡Señoría, me extraña! —casi bramó el Fiscal en forma contenida —Esta mujer dijo (y leo) que una que ha vivido tantos años de casada, sabe que no se ha acostado dos veces con el mismo hombre. Extrañamente, sí con la misma persona, esa esencia, sustancia, perdurable por siempre que algunos llaman alma y yo creo que es un poco más. ¿Se da cuenta? ¡Admite lo inadmisible! ¡Duda de lo indudable!
—¿De qué carajo me habla? —dijo el Juez coloreado de violáceo de la anoxia que sufría. —¿Se da cuenta de la estupidez que acaba de proferir? —se volvió hacia la acusada. —Señora, doy esta pantomima montada por este gilipollas, —señaló al Fiscal ante el visible crecimiento físico del abogado —por terminada. Puede irse.
—¿Era tan confuso? —comentó Heráclito. —Siempre lo dije. El tiempo es el portador del dolor, de lo que es fugaz, de esas personas que llevamos con nosotros cambiando sin cambiar.
—¡Mi amor! —gritó ella al borde del llanto —¿Por qué dejaste que esto ocurriera? Lo que dices es lo que puede construir el amor y sostenerlo, que permite internarse por territorios desconocidos para la escasa percepción de la conciencia en el tiempo y verse espejado y deslumbrado por bellezas no abarcables con palabra alguna ni imaginable para ningún joven… por falta de suficientes ríos para bañarse… Por eso no quisiera volver a ser joven, para no transitar viejos caminos, sería una condena… En cambio, amarte ahora es como haberte amado siempre sin que seamos idénticos. ¡Ven a mis brazos!
—Lo dicho. —Asentó el abogado con aplomo recién adquirido. — Esto a mí me sugiere la oportunidad de adentrarme en territorios nuevos, por ejemplo: —¿A mí, ahora, quién me paga?
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