sábado, 26 de febrero de 2011

Ayer vi mi muerte - Daniel Antokoletz


Soy el doctor Mayer y ayer vi mi propia muerte. Cruel destino saber que se va a morir, pero hiel dolorosa saber cuándo, cómo, y no poder evitarlo.
Pueden decirme que eluda las circunstancias en las que muero, que evite ciertos movimientos. Es inútil. Hace tiempo quedó demostrado que el futuro es un pasado que aún no sucedió. Pueden intentar lo que quieran. La muerte llegará… y llegará como está grabado en la historia del mañana.
Las pruebas del sistema temporal funcionaron a la perfección. Si bien los campos cuánticos generan una distorsión de varios milímetros, el túnel no se puede abrir lo suficiente como para que lo atraviesen átomos completos, apenas permite el paso de fotones. Quizás en un futuro alguien logre descomponer la materia en fotones y volver a reconstituirla en otro tiempo. O quizás ensanchar los túneles lo suficiente como para poder enviar algo más que luz. Pero por ahora no.
Nos costó mucho controlar los rulos endecadimensionales. Al fin, luego de muchas pruebas, pudimos acoplar agujeros cuánticos del jurásico y los arqueólogos ya saben con certeza la apariencia de los velociraptors, el comportamiento de los gallimimus, y la escasa ferocidad de los tiranosaurios. Los historiadores pudieron observar el caos de las batallas medievales, asesinatos reales y a los verdaderos héroes de las revoluciones. Actualmente, los turnos concedidos a becarios e historiadores ocupan el tiempo disponible de los próximos dos años.
Pero para mí ver el pasado no alcanzaba; quería que sirviera para anticipar: quería ver el futuro.
Como soy uno de los investigadores que diseñó sistema dispongo de dos horas semanales para experimentos personales con el proyector temporal. Decidí ver dos meses en el futuro. ¿Cómo saber si es el futuro o el pasado? Muy simple: a partir de ahora puse un calendario en la pared del laboratorio, y tacho día por día.
Me senté frente a los controles. Luego de complejos cálculos ingresé las coordenadas.
Después de varios intentos, en el visor apareció la imagen del superconducto del laboratorio. Redireccioné el campo hacia la pared donde puse el indicador. No estaba. Pensé que estaba observando el pasado cuando de casualidad vi el clavo del que había colgado el calendario. Moví el punto de vista hacia el piso: quizá se había caído. Pero no, el piso brillaba más que de costumbre.
Recalculé las coordenadas a un mes en el futuro, y el calendario apareció frente a mí. Pero las tachaduras no indicaban un mes, sino apenas una semana.
Verifiqué todo.
La torsión espacio-temporal era muy clara: un mes en el futuro.
Maldije el momento en que decidí ver que sucedería en un futuro más cercano. Maldije mis ansias de conocimiento, y maldije mi incontenible curiosidad.
Redireccioné los campos cuánticos a una semana en el futuro. Cada vez me era más fácil moverme entre las intrincadas fórmulas. El visor estaba completamente a oscuras. Controlé los indicadores y constaté que el túnel cuántico se había establecido. Giré el punto de vista. La negrura seguía ocupando toda la pantalla. Moví las coordenadas espaciales.
De pronto, el visor se iluminó y percibí una superficie rugosa de color rosáceo que ondulaba. Alejé más el punto de vista y pude ver mi propia frente, pero mis ojos… mis ojos estaban vueltos hacia atrás, y me sacudía. Con mis brazos tiesos y mi boca echando espumarajos, caía al piso. Arqueado, en una convulsión interminable me veía sin poder hacer nada. Un hilo de sangre y saliva se deslizaba de mi boca. Con un último sacudón quedé tendido, inmóvil. Mi pecho no subía ni bajaba.

Solo, de una manera miserable, he muerto… mejor dicho moriré. Y, lo peor de todo es que yo mismo me asesinaré. En realidad ya lo he hecho. Puedo imaginar los protones, neutrones y electrones de mi cerebro entremezclándose. Mis neuronas desintegrándose en una sopa de partículas desordenadas. El campo de distorsión temporal que circunda al túnel cuántico me mató.

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