Por falta de sumisión hacia un marido impuesto por la familia, María Cano fue tachada de mujer inferior, impura e infiel por
la Inquisición en el S.XV. Escapó de las mazmorras vestida de varón a caballo de un rocín más flaco que Rocinante y llegó a un puerto sobre el Mediterráneo. Con coraje y gritando “al abordaje”, se trepó a un bergantín pirata y se aparejó con cimitarra, daga y puñal. Sin que la vieran se tiñó con carbón sobre el labio superior tratando de parecer mancebo. Barco va, barco viene o puerto va, puerto viene, terminó en una carabela con Vespucio al mando, el cual descubrió su verdadera identidad cuando le robaron la ropa que lavaba a escondidas. La cobijó bajo su cobija y al llegar al Golfo de México, entre islas caribeñas y ocasos en el Atlántico y el Pacífico, le concedió su amparo y decidió ponerle nombre al nuevo continente, pero no Américo sino América en honor a su amante María Cano, pirata sin ropa y desvergonzada por naturaleza.
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