Yo no quería venir. Pero cuando má dice “hoy vamos a ver a la tía”, no hay más vueltas. Tenemos que venir, sí o sí. “Para eso somos familia”, dice. Prefiero ir a lo de Inés, que sí es mi tía-tía, ahí no hay problema, juego con mis primos y lo pasamos bárbaro; además ella es linda, se ríe siempre, aunque hagamos lío, y me da galletas de chocolate... Tía Antonia no se le parece en nada. A mí me hace pensar más bien en una bruja. Y huele siempre raro, un poco como las cosas que guardamos en el placard de la piecita del fondo. Además, todas las veces me mira como si no supiera quién soy. Má me dijo que es hermana del abuelo Luis, que está sola y enferma, y que por eso tiene que vivir acá, en este lugar lleno de personas igual de reviejas y que a mí me asustan un poco. Antes, el único que la visitaba era el abuelo. Pero se murió y ahí fue que tuvimos que empezar a venir nosotros. Má dice que es lo menos que podemos hacer. Bueno, está bien, digo, si a ella le gusta... Lo que no sé es para qué me trae a mí. Ya le dije un montón de veces que soy grande, que me puedo quedar en casa mirando la tele, pero no hay caso. Que no me va a dejar solo, dice. Y que ella tampoco está chocha de la vida por perderse la tarde del sábado después de laburar toda la semana. Pero que se lo prometió al abuelo y ella siempre cumple lo que promete. No sé, a mí me prometió hace mucho que me iba a comprar la camiseta de River y todavía nada.. Al final, me voy a hacer viejo esperando, igual que el abuelo Luis y la tía Antonia. Porque aunque parezca raro, hace como mil años, ellos también fueron chicos. Los vi en unas fotos que encontré en una caja adentro del ropero del abuelo. Má dice que tengo los mismos ojos y el mismo pelo que él. La nariz… no tanto. “Esa la sacaste de tu padre”, añade, y me parece que eso no le gusta mucho. Yo no sé si lo de papá es cierto, porque ella tiró todas sus fotos cuando se fue, y no me acuerdo cómo era… Pero bueno, la cosa es que a mí la Antonia de esas fotos de antes me gusta más que esta de ahora. Y me pasa que mucho no entiendo cómo puede ser la misma. Le miro el millón de arrugas, y los ojos chiquitos, y… ¿saben de qué me acuerdo? De una tortuga que tuve que se la comieron las hormigas. Si hasta mueve la cabeza igual… Má le cepilla el cabello, le corta las uñas, le da un caramelo de miel… Después creo que ella tampoco sabe qué más hacer. Se pone a mirar por la ventana, y nos quedamos los tres callados, escuchando el ruido de la calle, el televisor que los otros viejos están mirando en el comedor, el tic-tac de un reloj que parece un granadero de guardia en el pasillo. En lo único que quisiera pensar es en que cada vez falta menos para irnos. Pero también pienso si algún día no habrá otro chico como yo sentado acá, mirándome y pensando si seré o no el mismo que él vio en alguna foto vieja.
Tomado del blog: http://olgalinares.blogspot.com/
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1 comentario:
Cuando la observación de la más cierta de las realidades da lugar a un relato tan hermoso, solo se me ocurre decir: felicidades, Olga.
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