—Sí, él aceptó lo que propusieron ustedes porque creyó que las crucificciones son ficciones acerca de la cruz.
—No, hablamos de una crucifixión. ¡Qué macana! ¿Y ahora que hacemos? Está medio estropeado y si lo bajamos en estas condiciones van a haber tumultos.
—¿Cómo llevan el asunto de la represión policial?
—Mire, don Judas, no queremos que haya derramamiento de sangre.
—¡Pero si son ustedes quienes lo dejaron así!
—Siempre creyendo que el cretino sabía lo que estaba haciendo; no tenemos responsabilidad.
—¡La misma historia todo el tiempo! ¡Llévenme con Don Poncio. ¡Seguro que sabe cómo tratar estos casos!
—Mire que no anda de buen humor. No vino el aguatero, con este calor, y el proveedor de concubinas que le traía doncellas de Siria y Persia fue asaltado con todo su cargamento en Cafarnaúm. Está que trina. Mejor déjelo así. Hagamos esto: terminamos el asunto con algo de carnaval, liquidamos al ladrón y a su primo lo dejamos en el hospital, ¿entiende?
—No, la verdad es que no entiendo. Ustedes siempre lavándose las manos cuando las papas queman.
—Entonces me parece que la mejor solución será que usted se haga cargo de la responsabilidad. Inventen algo. ¿No querían una crucificción? Ahí tiene una. Usted lo traiciona, nosotros lo crucificamos, él resucita, ustedes se inventan una nueva religión. Una buena ficción con cruz y todos los chiches. Casi seguro que tienen éxito de público y mantienen la obra en cartel por un buen rato.
—No sé si estamos en condiciones de afrontar el compromiso. Somos pocos.
—Mire, aquí tiene la tarjeta de un muchacho de Tarso que los puede ayudar. Dígale que viene de mi parte.
—Bueno, gracias.
—¡Qué gracias ni gracias! Que quede claro que al final, de imaginación no les queda nada. Y si no fuera por nosotros, nada de ficción, nada de nada, ¿entiende ahora?
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