El señor László Várkonyi, director general de la editorial Apró Történetek, había promovido una reunión extraordinaria a primera hora de la mañana. A ella acudía un único asistente, el editor Pál Csáky, una especie de cazatalentos que había potenciado la microficción en Hungría hasta llevarla a altos niveles de popularidad. Pál se encargaba de buscar autores y obras, y hacía a su vez de filtro. Habitualmente, si un autor llegaba a la mesa del director Várkonyi, su publicación era más que probable. Él era un hombre muy ocupado y no quería perder su tiempo leyendo algo que no tuviera futuro. Pero la última obra que había sobre su escritorio, de un tal Ferenc Szálasi, no le había gustado en absoluto.
—Pero Pál, por favor, ¿cómo me traes este libro? ¿Qué ves en ese autor? No es nada original, y lo que escribe no son microcuentos. Lo que he leído me pareció más largo que el Mahábharata y La Odisea juntos. ¿Cómo puedes presentarme a Szálaszy como microcuentista? Dime, dime ¿cuál es su mérito?
A lo que el editor respondió:
—Señor Várkonyi, a todo se aprende en esta vida. Ya le enseñaremos a escribir. Pero nuestra editorial se nutre de microcuentistas y había que aprovechar esta oportunidad: Ferenc Szálasi mide sólo cincuenta y ocho centímetros.
Javier López
2 comentarios:
muy bueno Javier...y te lo dice un Titán...
Si lo dice un Titán, entonces no puede haber nada que objetar.
!Gracias, Esteban!
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